En primer lugar gracias por tu tiempo y por la entrevista. Llevamos unas semanas planteando esta entrevista y creíamos que íbamos a ser las primeras pero no ha sido así. Últimamente has dado varias entrevistas, estás presentando el libro por varias ciudades, vais por la tercera edición del libro e incluso está a la venta en Carrefour, ¿a qué se debe el éxito?

Pues a que si bien existe una amplia bibliografía anterior que trata estos temas, existía un gran vacío en cuanto a un libro accesible para quien no se pueda permitir un estudio pormenorizado de semanas. Parece que mucha gente, al margen de los pros y contras de La Trampa, tiene contradicciones y dudas con la actual forma en que el activismo y la política se llevan a cabo.

Supongo que ya estarás un poco cansado pero, ¿nos puedes resumir la tesis principal del libro en unas cuantas líneas para animar a su lectura?

Vivimos en un contexto que es como la Isla Calavera de King Kong, un lugar del que desconocemos su ubicación y donde habitan criaturas de todas las épocas, es decir, un sitio perdido en el tiempo y el espacio. La primera parte del libro trata de explicar, de manera ágil, cómo hemos llegado a esta isla, la segunda las consecuencias de vivir en un presente continuo donde el pasado es sólo materia para la industria de la nostalgia y el futuro una imagen de síntesis creada por Elon Musk. El libro fundamentalmente habla sobre cómo nuestra relación entre identidad y política ha cambiado, pasando de ser de clase y comunitaria a aspiracional e individual, y cómo esto ha afectado a la izquierda. Si durante el siglo XX buscaba qué era lo que unía a personas muy diferentes ahora parece empeñada en destacar la diferencia entre las unidades.

El libro fundamentalmente habla sobre cómo nuestra relación entre identidad y política ha cambiado, pasando de ser de clase y comunitaria a aspiracional e individual

Está habiendo muchísima polémica, incluso Alberto Garzón ha publicado una contestación en eldiario.es. Las posiciones son muy antagónicas, o comparten tu tesis o por el contrario no la defienden en absoluto. ¿A qué crees que se debe la polarización del debate?

A que el libro ha dado con alguna clave. Haré una precisión, en la mayoría de los casos no son críticas, sino una hostilidad indisimulada que llega al odio personal. Estos nos dice algo: cuando la política ya no es la forma que tenemos de arreglar los problemas en sociedad de una manera común, sino la forma de cimentar nuestra identidad herida, cualquier crítica se considera un ataque hacia nuestro yo. Punto para La Trampa.

Por otro lado es cierto que también ha habido críticas bien formuladas, entre ellas la de Garzón, pero profundamente mal enfocadas. Es raro cuando se reconoce que el libro no va contra la diversidad pero se especula con que el lector no va a extraer esa misma conclusión, en una especie de meta lectura paternalista. Calificar a La Trampa de obrerismo reaccionario es una etiqueta fácil, pero no responde ni a la forma ni al fondo del libro, que precisamente dedica algunas páginas a tratar cómo la izquierda se expresa cada vez más sólo como una identidad individual previa a la acción política y no como un sentimiento de pertenencia grupal a posteriori de esa acción.

 

Entrando en materia. Nos parece que la dificultad de la batalla que planteas es bastante difícil, aunque necesaria. Los ataques que ha recibido el libro parece que no entienden o no quieren entender la tesis principal porque se mueven en otro marco conceptual completamente diferente. Digamos que no es un debate dentro del marxismo al que estamos más que acostumbradas si no que es un debate entre dos “épocas”, entre dos cosmovisiones muy diferentes. ¿Crees que esto es así? Y si es que sí, ¿qué nuevas dificultades plantea?

Realmente es una batalla entre quienes creemos que la política puede transformar en sí misma y quienes piensan que esa transformación es imposible sin aceptar los marcos que impone nuestra época. Esos marcos no son neutros, sino que más bien fueron el producto de un gran arrepentimiento utilizado para sembrar una duda paralizante. El libro no plantea un pasado idílico, ni por supuesto que se pueda volver a esa arcadia moderna, sí que hay que recuperar ideas que nos hicieron fuertes en el pasado. Estos últimos cuarenta años no han sido los más brillantes en la izquierda, cuando tuvimos un siglo XX lleno de revoluciones. La Trampa es un freno de mano, un recordatorio de que por este sendero no vamos bien.

El posmodernismo plantea un nuevo reto al no creer ni en lo material ni en lo científico. Es decir, ya no es que combatan nuestro discurso, es que están erradicando la conexión del mismo con la práctica política, donde el discurso de clase y material es fuerte. ¿Qué podemos hacer al respecto?

En vez de buscar que es lo que une a esos problemas y cómo atacarlos globalmente, parte del activismo parece que hace escalas de atención permanentes y competitivas.

En primer lugar levantar la cabeza. No es normal que reciba mensajes privados de apoyo que temen hacerse públicos, ni que gente tras las presentaciones me venga a agradecer que alguien por fin haya venido a poner palabras a esta locura, que se intuía pero no se articulaba. Lo que nadie parece querer ver, al margen del libro, es que la izquierda está desapareciendo y que a nada que nos despistemos nuestras opciones van a pasar por elegir entre Macron o Trudeau, o a lo peor Trump y Le Pen. Lo raro es que la realidad sigue estando ahí, pero a nadie le da la gana ocuparse de ella, o al menos ocuparse en unas coordenadas asumibles por la mayoría de la clase trabajadora. Cómo diablos le explico yo a una vecina, que se las ve y se las desea para llenar el carrito de la compra, que según cierto activismo es una ladrona de la leche a otras especies o que consiente la “violación” a las vacas. Este es un libro, entre otras cosas, para reclamar dejar de dar vergüenza ajena en un momento en que la ultraderecha habla, mezquina y falsamente, de problemas sociales inmediatos.

El libro, lo recalco una vez más, no dice que luchas como el feminismo o lo LGTB sean secundarias, ni siquiera que son importantes pero deban ser postergadas, sino que ponemos a competir esas luchas constantemente. Cómo es posible que el la Huelga feminista del 8M grupos de activistas la calificaran de “privilegio” porque hubiera trabajadoras sin papeles que no la pudieran hacer, en un discurso, por cierto, que recuerda poderosamente a aquel que decía que los estibadores eran unos privilegiados. En vez de buscar que es lo que une a esos problemas y cómo atacarlos globalmente, parte del activismo parece que hace escalas de atención permanentes y competitivas. No soy yo quien lo afirmo, yo me limito a poner el espejo.

Por último, una de las principales ideas del libro nos dice que no podemos caer en el “mercado” de la política donde nos ganan siempre. Se entiende de esto que el lugar de los y las militantes está en lo concreto y en la movilización, pero esto en España tiene agentes con nombres propios. ¿Qué papel juega Unidos Podemos en todo esto? ¿E Izquierda Unida que a priori parece estar más apegada a la base que Podemos? ¿Y los sindicatos?

El problema es que hemos creído, en los últimos tiempos, que la política es una ecuación cerrada, donde si decíamos “casta” o “gente” ganábamos o por el contrario si decíamos “clase obrera” era la única forma de llegar a los nuestros. Hemos fetichizado la forma, pero, aún peor, hemos pensado que podemos ganarles en su terreno de juego, el de la respetabilidad. Por desgracia existe una hegemonía cultural que hace que siempre la izquierda juegue fuera de casa, lo cual no significa que lo único que podamos hacer es adaptarnos al contexto y tratar de parecer buenos chicos. Es extraño que en una etapa de gran conflictividad social como la del periodo 2011-2015 lo que se buscara fuera atenuar ese conflicto indefinidamente. No puedes entrar como un elefante en una cacharrería, pero tampoco puedes reducir tu discurso a lo considerado mayoritariamente como razonable. Entre otras cosas porque, como afirmo en el libro, esas formas de pensar no son tan mayoritarias: el número de personas que se abstienen en las elecciones fue bastante mayor que la que obtuvo el primer partido.

Hay que llevar de nuevo la política fuera de las fronteras de lo discursivo y lo electoral, transformarla en algo vivencial, que afecte y se haga desde la vida cotidiana, que recuerde a la gente que esto no consiste en delegar, sino en el esfuerzo común por superar una serie de problemas que tenemos, en nuestra mayor parte, por pertenecer a una clase muy determinada de personas: las que sólo tienen su fuerza de trabajo para sobrevivir.

 

Muchas gracias por la entrevista y esperamos poder volver a contar contigo para otras ocasiones.

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