La Supercopa de España se celebrará entre el 8 y el 12 de enero en Yeda, la segunda ciudad más grande de Arabia Saudí. Ello, debido a un contrato firmado por la Real Federación Española de Fútbol con la teocracia saudita, por la cual el fútbol español ingresará 120 millones de euros.

También pesa la decisión de inversores árabes y asiáticos, que quieren un horario más asequible al público mundial, además de una mayor proyección del próximo mundial de fútbol en Catar. Frente al falso patrioterismo que a veces se proyecta desde el sector más reaccionario del fútbol español, parece que el dinero puede mover las competiciones nacionales donde sea necesario.

La monarquía absoluta saudí lleva tiempo blanqueando su imagen de esta manera, a costa de acoger grandes eventos deportivos. Estos se utilizan para proyectar una imagen aperturista y amiga de los derechos sociales, civiles y políticos por parte de uno de los regímenes que más los viola. La federación española participa gozosamente de esta maniobra de blanqueamiento, a cambio de 120 millones de euros. Ese es el precio que tienen los derechos sociales, civiles y políticos de 33 millones de personas para el gran capital patrio.

Sus justificaciones no pueden ser más pobres. Ante la polvareda que levantó la noticia de que una competición española se disputaría en un lugar en que las mujeres tienen el acceso restringido a los estadios, la federación española y la monarquía saudí se salvaron de la crítica anunciando que el público femenino podría ocupar la misma grada que el masculino. “Una gran novedad”, se dijo, “un cambio social”. Que durará exactamente cuatro días. La federación española ha esgrimido un discurso moral cargado de hipocresía, que habla del deporte como herramienta de cambio social y transformación. Esta ha sido el principal argumento para hacer defendible lo indefendible. Se ha llegado a recordar que España fue elegida como sede del mundial de 1982 en plena dictadura franquista, se han hecho paralelismos con el mundial de rugby sudafricano de 1995, patrocinado por Nelson Mandela. Como las comparaciones son odiosas, diremos que esto se parece más a los infamantes Juegos Olímpicos de 1936, celebrados en Berlín bajo la esvástica nazi. El deporte puede ser herramienta de cambio, pero también de permanencia y blanqueo del fascismo.

Mientras la federación española se contorsiona para hacer pasar por progresista su complicidad con una dictadura, siguen encarceladas las activistas que demandaban algo tan básico como poder conducir un auto, con torturas acreditadas y violaciones denunciadas ante instancias internacionales. La libertad de expresión e información sigue perseguidas, las blogueras detenidas, y periodistas como Jamal Khashoggi asesinados impunemente. El feminismo, la homosexualidad y el ateísmo siguen considerándose “ideologías extremistas y contrarias al régimen” que en algunos casos pueden significar la pena de muerte por decapitación en plaza pública. Continúa la masacre sobre civiles en Yemen, una guerra ilegal con más de 100.000 muertos en su haber.

 

Y continúa la guerra del régimen saudí contra las mujeres, día tras día. La tutela de los hombres sobre sus vidas es total: requieren permiso y autorización de su “guardián” para casarse, trabajar, firmar contratos, realizar cualquier trámite burocrático o salir del país. El castigo por bailar en público o mostrar afecto a cualquier varón es flagrante. Incluso, las mujeres que sufren abusos y violaciones en el hogar no pueden denunciarlos sin el consentimiento del propio agresor. Eso es Arabia Saudí, la legalización del patriarcado en su faceta más extrema. El patriarcado hecho régimen. Por esto apuesta la federación española de fútbol.

Cualquier intento de propaganda sobre un aperturismo inexistente es negado por los propios actos del Estado saudí, día tras día. A pocas personas puede engañar la federación española, y es natural que las voces de protesta sean un clamor que no deja de crecer. Ya estamos hartas de millonarios con pretensiones de filantropía, de gestos por la igualdad que enmascaran la complicidad más obscena, de negocios a costa de nuestras vidas.

No nos engañan. La federación española es cómplice de nuestros agresores.

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