Te zumban los oídos, no oyes bien. Es por la acústica de la sala, quizá una sala de baile o el recinto de un festival. La reverberación de pantallas y altavoces, el volumen elevado de la música, tanto más de lo que nuestros oídos pueden aguantar. Pero no lo notas, te permeabilizas en el ambiente, bailas, ríes, te deshinibes, porque puedes hacerlo, porque el espacio es tuyo, porque tienes derecho a ocupar todos los espacios que quieras, porque también son tuyos. Seguramente has bebido algo, o no, pero aún así es complicado prestar atención a lo que sucede en esos ambientes. Has ido a pasártelo bien, estás con tus amigas.

Ha sido un año complicado, quizás has sorteado varios contratos. Quizás no has trabajado aún. Puede que lleves mucho tiempo en búsqueda de trabajo. A lo mejor vives con tus padres o sobrevives como puedes en un piso de alquiler. Sueñas con la playa mientras las hojas del calendario pasan entre ola y ola de calor. De repente notas algo, casi se siente como una bajada de tensión, te mareas un poco, pierdes algo de equilibrio, tienes náuseas, pides ayuda. Estás, de momento, a salvo.

Es un relato inconcluso, ficticio, pero nos suena verídico. Lo hemos leído en redes sociales y en algún artículo de algún medio digital. Nos expulsan de la fiesta, de nuestro derecho al tiempo libre, a usarlo como queramos, nos paralizan mientras niegan la causa de nuestro miedo. Alguien podría estar inventándoselo, exagerando. Las víctimas, acusadas, revictimizadas. El caso es que se han multiplicado los avisos y los casos de pinchazos en salas, bares, festivales, en el entorno del ocio nocturno y la hostelería. Solo en la última quincena de julio se han notificado más de 30 casos, entre redes sociales, denuncias, urgencias médicas. El término de búsqueda se ha multiplicado por dos entre la última semana de julio y la anterior, con más de 150 búsquedas en una semana y millón y medio de resultados solo buscando “pinchazo”, y claro, esto da miedo.

El problema cobra eco por todo el Estado: Andalucía, Madríd, País Valenciá, Euskadi… También puede rastrearse en otras coordenadas europeas, Francia e Inglaterra. Pero el problema es que la sustancia no deja rastro, al menos en la sangre, pero en nuestras conciencias sí. Es el pánico a ser la siguiente, a no sentirse segura el próximo fin de semana o en el siguiente festival, a caminar en grupo, a la alerta constante, a saberte indefensa El punto de vista siempre puesto en nosotras , qué hacías ahí, cómo ibas , con quién… Nadie se pregunta quién o quiénes pueden estar atemorizando a una generación. La misma que ya viene concienciada de las movilizaciones feministas del lustro pasado, las que recogen el testigo de quienes llevan luchando décadas.

Sabemos, además, que hay precedentes, es una forma de sumisión química y conductual. Decenas de mujeres jóvenes afectadas en muy poco tiempo, al menos, las que reconocemos a través de la difusión de las propias víctimas o testigos directos. Por ahora no se ha identificado a nadie en particular, pero por los síntomas reconocemos a la misma socialización masculina que busca dominar a las mujeres a base de violencia, coacción y drogas. No hace falta encontrar un caso fatal para comprender que esto supone una sensación constante de peligro, de inseguridad, de paranoia y pánico. Desde el punto de vista social es una forma de disciplina y castigo, anular la memoria y la voluntad.

Por otro lado, no es casualidad que esto esté ocurriendo ahora. Vivimos en un momento de auge reaccionario. Se cuestionan valores, normas y pautas sociales que décadas atrás eran impensables. Estas situaciones ponen en entredicho, por parte de quien las ejecuta y de quien mira para otro lado, la autonomía de las mujeres, especialmente las mujeres jóvenes y la agencia con la que deciden utilizar su tiempo o construir sus relaciones. Sí, es verdad que las circunstancias que rodean a estas amenazas son las del ocio alienante y de masas, pero también los de los avances del movimiento feminista tanto a través de la movilización como en el ámbito de la reforma (ley del consentimiento sexual).

Sin embargo, el relato que se va imponiendo es el de la inseguridad en varios niveles. En primer lugar, es evidente que hay una socialización masculina basada en el ejercicio del poder o dominio de diferente manera, como una alianza invisible tejida con la red de una araña. Ellos son los que pinchan, ellos son quienes “custodian”, protegen, sancionan, vigilan, pero ejercen este rol en este caso desde una actitud de pasividad. Los cuerpos policiales no denuncian ni investigan porque no ven la agresión, por tanto no hay protección. Es tu problema si decides exponerte o no, de nuevo, es poner en entredicho a la víctima. 

En segundo lugar, desde la hostelería no quieren dar la imagen de establecimientos como espacios inseguros. Así que por cada caso que les llega a la persona afectada se le aparta. El enfoque es ese, el asistencialismo. Es la ambivalencia de reconocer implícitamente que es inseguro, pero no realizar ninguna acción efectiva y explícita para que ese riesgo desaparezca. No vayan a reducirse los beneficios. 

Finalmente, las imágenes que vemos, las entradas en urgencias, las publicaciones del personal sanitario nos dicen que sí hay marcas y cicatrices visibles. Por tanto, aquí nadie se está inventando nada. Pero suena como el eco en una habitación vacía, quién no empatiza, generalmente hombres, están esperando casi pornográficamente a que aparezcan pruebas explícitas, como si de una sentencia o sanción pública se tratase, recuperando la referencia a Nerea Barjola.

Estos casos, por ahora, más que aumentar las violaciones de manera directa, aumenta el pánico y la disciplina hacia una parte concreta de la sociedad. El problema no es solo que inoculen o no droga, va más allá, insistimos, pretenden atemorizar a una generación entera de mujeres.

Frente a esto, ¿qué hacemos? No dejemos caer los brazos y en la desesperación. Ni caigamos en actitudes puritanas o punitivas. No hacen falta más policías o seguratas, sino que sobran violadores. Tenemos identificados los signos del problema, prudencia, precaución, pero también construyamos redes solidarias, apoyos entre tus amigas, espacios de autodefensa, de cuidados, comunidades de seguridad entre quienes lo único que tenemos que perder es miedo,  solo tenemos que perder el miedo. Organización, amiga, no estás sola, porque el miedo va a cambiar de bando.

Redacción Agitación

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