Me crie en un ambiente obrero donde ser LGTB se asociaba con gente adinerada y con poder. Sorprendentemente, tuve clara mi orientación sexual muy pronto pero no podría decir que me rodeara un círculo en el cual estuviese normalizado. No conocí más personas que se identificaran con el colectivo hasta el instituto y vi como la mayoría vivían con reticencias a manifestarlo en público.

Ahora somos más conscientes de la presión que recibimos las personas de clase trabajadora para expresar una condición que se sale de la cisheteronormatividad y, sobre todo, que cuestiona la división sexual del trabajo. No se trata de una experiencia individual sino de una estructura más que nos oprime por ser hijas de la clase trabajadora.

No se nos ha permitido adueñarnos del colectivo porque estábamos demasiado ocupadas en poder llegar a final de mes y superar las dificultades de vivir la precariedad. La imagen que más se ha vendido de nuestro colectivo ha sido la de los hombres ricos blancos y gays.

Ellos convirtieron nuestro orgullo – de clase – en una fiesta enfocada a vender banderas y llenar una ciudad de turistas con ganas de beber y bailar. Por eso, se quedan en el Love is Love porque por su condición de clase jamás se verán cuestionadas ni agredidas como nos vemos nosotras que tenemos miedo a que nos echen de casa o a besar a nuestra novia en un instituto público. El colectivo es, y debe ser, de clase; es bollera, marimacho, maricón y bicioso.

Somos las oprimidas que ya no quieren bailar con los opresores y a las que nos quedan muchas piedras que lanzar.

Son Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, trans racializadas lanzando piedras en Stonewall. Son los homosexuales y mineros combatiendo a Thatcher juntos. Somos las que llenamos calles contra el cisheteropatriarcado el 8M, las estudiantes contra la LOMCE, las becarias explotadas y las obreras exigiendo la derogación de las reformas laborales de 2011 y 2012 el 1 de mayo.

La patologización a la que nos ha sometido el sistema patriarcal y capitalista ha provocado que seamos uno de los colectivos con mayor probabilidad de exclusión social. Según el Observatorio Español contra la LGBTfobia los intentos de suicidio entre las jóvenes LGBT son de tres a cinco veces más numerosos que entre el resto de la juventud. De media casi 50 jóvenes LGBT se suicidan en España cada año y otros 950 lo intentan. Además, el 42% del alumnado ha presenciado discriminación hacia una compañera LGTB, uno de cada cuatro una agresión directa y un 10% del profesorado no actúa ante estas situaciones.

El 17 de mayo de 1990 la homosexualidad fue eliminada de la lista enfermedades mentales por parte de la Asamblea General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) pero si nos alejamos del ideal de hombre burgués blanco cisheterosexual aún nos vemos discriminadas e incluso patologizadas.

Nuestro propósito como comunistas nunca puede ser limitarnos en un movimiento que se conformará con contentar a nuestros enemigos de clase, sino elevar el discurso a la lesbiana de nuestro barrio que es consciente de que no recibirá una educación sexual en su instituto que cuestione la heteronorma o al compañero trans alienado con su propio cuerpo y violentado por salirse de la cisnorma.

Mientras la familia tradicional y la división sexual del trabajo sean los pilares, tanto del capitalismo como del patriarcado, las personas LGTB serán perseguidas por no ajustarse a este modelo que solo busca perpetuar la reproducción de la propiedad privada.

El 17 de mayo y todos los días, apuntamos al estado burgués y al sistema capitalista como culpables que combaten, difaman y amenazan a aquellas personas que precisamente no se ajustan a su modelo de cisheteronormatividad. El activismo LGTB por sí mismo solo equiparará los derechos de los burgueses LGTB a sus compañeros cisheterosexuales por lo que solo mediante nuestra conciencia proletaria construiremos el orgullo LGTB de la clase trabajadora.

 Ángela Marcos, militante de la Juventud Comunista.

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