– ¡Apollo ha caído y puede estar gravemente herido!

– ¡Déjenle respirar! ¡Saquen a esta gente de aquí!

¡Ganador Iván Drago!

– “Nadie puede vencerme”.

– ¡Que traigan un médico! ¡Quiten esa luz!

– “Yo derroto a todos”

Hay un desconcierto increíble en el ring.

– Déjenle respirar… ¡Vamos Apollo, puedes hacerlo!

– “Pronto caerá el auténtico campeón”.

– ¿Y la camilla? ¡Déjenle respirar, por Dios déjenle respirar!

Lo que empezó como un juego ha acabado convertido en tragedia.

– “Está muerto, muerto»

La cuarta película de la exitosa saga “Rocky”, que había comenzado allá por 1976, en esta ocasión contaba con un aliciente que no había aparecido en las ediciones anteriores. En esta cuarta parte de la saga, la pelea de Rocky es novedosa por el adversario contra el que se fajará y por las razones por las que lo hace. Antes de contestar a la pregunta de por qué pelea ahora Rocky y la trascendencia simbólica que tiene, debemos observar las razones por las que peleó en el pasado; si en las dos primeras la casualidad es la que hace que se enfrente a Apollo Creed, y la redención de la derrota la que le hace pelear contra Clubber Lang en la tercera película, vemos como todo esto desaparece en la cuarta.

Y ahora ¿Por qué pelea Rocky contra Iván Drago? No podemos contestar esta pregunta si no nos preguntamos también por qué pelea Iván Drago, las razones por las que ambos se dan cita dentro de las 16 cuerdas. La pelea de Drago y Balboa pondrá en liza dos modelos de país, de sociedad, de ideología y pensamiento que han de dirimirse metafóricamente dentro del cuadrilátero: la pelea entre ellos es la de la batalla cultural entre el individualismo capitalista y la sociedad comunista.

Iván Drago, natural de la estepa siberiana, es el arquetipo de deportista de élite entregado a la causa socialista: pelea, simple y llanamente, porque entiende que su habilidad tiene utilidad dentro del deber histórico el representar a su país en este deporte y por los ideales que el sistema socialista, que le ha permitido llegar ahí, acarrea. Dentro de la libertad que Drago ha tenido para elegir o no el deporte, elegir o no pelear, su decisión es la de asumir la responsabilidad de encarnar un modelo de país en un solo hombre, enfrentarse a los rivales americanos y por ende al sistema capitalista que a éstos promociona. El Océano Atlántico será su particular Rubicón y ahí demostrará que su valía pugilística viene de la mano de un sistema que ha hecho sus triunfos posibles; la derrota de los púgiles americanos ante las pesadas manos de Drago pondrá, de una forma simbólica, el propio sistema capitalista en entredicho.

Tras enterarse de la muerte de su amigo Apollo Creed a manos de Drago en una pelea que el púgil americano tomó a broma, se desencadenan los acontecimientos. Rocky recibe la oferta de enfrentarse contra Drago en Moscú; es en este momento en el que Balboa comienza la proyección en la película del “sueño americano” propio del neoliberalismo individualista. Balboa va a ir a Moscú, al corazón mismo de la URSS, la guarida del lobo, y además lo va a hacer solo, sin gimnasio, lujos ni comodidades; todo esto no sin antes gritarle a su mujer que no le importa morir y que ella nunca lo entenderá, que no sabe de lo que habla, que ella no se ha subido nunca a un cuadrilátero y que nada le importa más que derrotar al púgil siberiano. ¿Por qué pelea Rocky entonces? Pelea sólo por él. No pelea por su país, ni por ganar dinero para su familia ni por sentimientos hacia nadie más que no sea él. Frente al sentimiento de pertenencia a un colectivo superior al que defender que lleva a Drago a pelear, nos encontramos con la soledad neoliberal de Balboa. Así pues, esta pelea se convertirá en la representación de la lucha de clases, y también de la batalla cultural y de los estilos de vida que propugnan ambas sociedades.

el individualismo de Rocky  se convierte en una suerte de sinécdoque de que todo el sistema capitalista ha triunfado en otra batalla en la Guerra Fría

La presentación de los púgiles antes de un combate de boxeo es una de sus señas de identidad; el color de su calzón, la canción con la que harán entrada en el ring, el ritual antes de comenzar la pelea. En esta película, no podemos calificar la diferencia de la entrada al ring entre los boxeadores americanos de otra forma que sesgada y tendenciosa. Las entradas de Apollo Creed y Rocky Balboa son el auténtico estilo de vida americano: la parafernalia que organiza Creed, con James Brown presente entonando su mítica “Living in América” es todo un canto a la libertad capitalista; Drago, ya en la segunda pelea, camina solemne mientras suena el himno de la URSS y su rostro, inexpresivo hasta límites que lo asemejan a un Gólem, sólo se gira para dirigir una escueta mueca de respeto a los miembros del Presidium. Esta escena es una alegoría de lo que Hollywood nos quiere vender sobre cómo son los dos países: mientras que los boxeadores que representan a América son la alegría, las ganas de vivir, la libertad… la URSS es el orden, la sumisión y la frialdad. La batalla ideológica suelta los golpes antes que el boxeo en esta película.

Tras la pelea y en la escena final en la que cómo no, un Rocky victorioso, ensangrentado y envuelto en las barras y estrellas lanza un canto al hermanamiento, nos dan la lección final: el capitalismo de Rocky es capaz de ganar sin entrenamiento y sin nadie a su alrededor al comunismo de un Iván Drago que se dopa junto a su cohorte de políticos, técnicos… el individualismo de Rocky  se convierte en una suerte de sinécdoque de que todo el sistema capitalista ha triunfado en otra batalla en la Guerra Fría.

La película ha terminado y tenemos algunas cosas claras: el capitalismo es libertad frente a la dictadura comunista (contra la que hasta Drago parece rebelarse al final) y en este sistema capitalista todo se puede conseguir solo, sin ayuda de nadie, como hacen en los Estados Unidos.

Toda vez que ya sabemos por qué pelea Balboa contra Drago conviene hacerse la siguiente pregunta: ¿Por qué el cine? ¿Qué capacidad simbólica tiene el cine de convertirse en un aparato generador de ideario colectivo?

“El cine contribuye a la elaboración de una contra-historia, no oficial, alejada de esos archivos escritos que muchas veces no son más que la memoria conservada de nuestras instituciones. Al interpretar un papel activo contrapuesto a la historia oficial, el cine se convierte de este modo en un agente de la historia y puede motivar una toma de conciencia”.

Antes de hablar del recorrido histórico que ha tenido la consideración misma del cine como simple pasatiempo, cajón estanco con elementos para la reflexión o auténtica fuente que sirve a los historiadores para establecer marcos generales de interpretación de determinados acontecimientos, hay que recordar la evolución de la consideración del cine en sí y de su posible aportación o no a la construcción del relato histórico y político-ideológico.

El cine no siempre ha sido entendido como lo que es ahora; un arte en el que se combinan de manera armónica la música, la fotografía, el teatro…  a principios de siglo XX, sólo una rara avis estatal como la Unión Soviética consideraba que el cine era un arte como tal en tanto en cuanto puede tener carga ideológica y tiene la función de transmitir. Mientras que en estos países ya se alababa un film como Chapaiev, nadie fuera de la órbita comunista consideraba que gente como Chaplin fuera algo parecido a un intelectual.

La consideración del cine como un arte es la culminación de un proceso que se consigue gracias a la nouvelle vague[1]. Sus aportaciones consiguieron que el cine fuera tratado como lo que ya era en los países comunistas; un arte cargado de ideología (como el resto) pero arte al fin y al cabo.

La consideración como arte de pleno derecho al cine por parte del mundo occidental, tiene una consecuencia automática para los historiadores del Tiempo Presente y la Historia Contemporánea en general.  A partir de estos postulados en los años sesenta se entiende que, si cualquier tipo de arte debidamente tratado tiene la capacidad de contribuir a elaborar un relato histórico de calidad, el cine no habría de ser menos.

Con la revolución tecnológica que se expande de manera exponencial en la segunda mitad del siglo XX, el cine deja de ser el único elemento audiovisual capaz de generar significados y de transmitir ideas, sentimientos e ideologías. La televisión consigue al igual que el cine ganar lo que el abogado y analista político Manuel Monereo llama “la batalla por los sentidos comunes” que no deja de ser el impregnar tus ideas de un aura que te permita presentarlas como lo único razonable ante una determinada acción. Tal será la importancia del cine en todas las sociedades que los primeros que advirtieron su potencia como medio para lanzar ideologías, los comunistas, hablaban del cine en estos términos allá por 1923:

El cine debe servir como contrapeso a las atracciones del alcohol, de la religión… la sala de cine tiene que sustituir a la taberna y a la iglesia, tiene que ser una base para la educación de masas

“El hecho de que, hasta ahora, no hayamos intervenido en el cine prueba hasta qué punto somos torpes e incultos por no decir estúpidos. El cine es un instrumento que se impone por sí solo, es el mejor instrumento de propaganda. Hay que apoderarse del cine, intervenir en el cine, controlarlo. El cine debe servir como contrapeso a las atracciones del alcohol, de la religión… la sala de cine tiene que sustituir a la taberna y a la iglesia, tiene que ser una base para la educación de masas”.

Y ahora que sabemos la importancia que tiene intervenir en el cine nos podemos preguntar ¿Por qué precisamente el boxeo? Además de que, por su propia naturaleza permite poner en liza dos contendientes para que haya un ganador y se puede establecer un paralelismo evidente con la dinámica de bloques existente en la época, hay otro componente simbólico y ritual: el boxeo es uno de los deportes que mejor refleja la lucha de clases. Siempre se ha dicho que los ricos no boxean porque no les ha hecho nunca falta luchar ni esforzarse para conseguir lo que quieren; ellos tienen el atajo del dinero. Sin embargo, la clase trabajadora sí pelea, día a día, con sus jefes, contra su curro precario y con un entorno desfavorable de precariedad creada por el propio capitalismo. Además los mejores boxeadores vienen de abajo (o muy abajo) e históricamente, hay pocos o ningún boxeador que naciera rico, si acaso los hijos de boxeadores ya encumbrados, como pueden ser Julio César Chávez Junior o Floyd Mayweather Junior.

Tenemos que tener en cuenta además la repercusión que tiene el boxeo en la sociedad estadounidense de la época y sobre todo, quién era la cara reconocible del boxeo en el mundo entero antes del nacimiento de la saga de películas Rocky. Muhammad Ali, llamado antes Cassius Clay se convirtió durante años en la indiscutible fuerza de la naturaleza que dominó la división de los pesos pesados. El considerado por muchos mejor deportista del siglo, además, era destacado activista antiimperialista, miembro de los Panteras Negras, amigo y compañero de Malcom X y Rosa Parks e inició una campaña contra la imperialista guerra de Vietnam. Su rechazo a participar en esta deflagración le costó perder sus cinturones de campeón que había logrado en 1964, que más tarde recuperaría tras vencer a George Foreman en 1974 en Zaire. El activismo de la cara visible del boxeo comenzó a expandirse como la pólvora y otros grandes púgiles como “Smokin” Joe Frazier comenzaron a secundar las actividades políticas de Ali.

Así pues, toda vez que el boxeo comenzaba a conceptuarse en Estados Unidos como un escaparate para la propaganda de la emancipación de las clases trabajadoras (Muhammad Ali provenía de una familia de esclavos) la defensa de los derechos civiles de la población negra y el antiimperialismo, Hollywood no dudó en apropiarse de este deporte. A partir de ahora, el boxeo no será un medio para poner en liza luchas colectivas, sino que será el culmen del individualismo capitalista donde todo vale para llegar a la cima. Lo que el deporte no es capaz de darte (Ali humilló política y deportivamente a otros púgiles que no apoyaban sus causas) ha de crearlo el cine capitalista.

Es en este momento en el que recordamos la definición que Gramsci hace de “hegemonía”, a la que define como la capacidad de los opresores de hacer confundir los intereses de los oprimidos para que éstos crean que ambos son iguales. Mientras que el ejemplo de boxeador al servicio de la clase trabajadora debe ser alguien como Muhammad Ali, el cine capitalista nos inculca que debemos ser como Rocky: un patriota que apenas sabe leer y escribir debido a su falta de educación pero que, cada vez que gana una pelea, se envuelve en la bandera de su país, a pesar de que éste solo le había brindado una vida de marginalidad y matonismo.

Y al acabar la película y comenzar los créditos, debemos tener en cuenta, ante todo, que el cine además de un medio de entretenimiento es una forma de propaganda y que en la batalla cultural, al igual que en el boxeo, a las comunistas nos toca fajarnos día a día, salir al centro del ring, cabecear, esquivar y contragolpear.

 

Bibliografía

https://www.youtube.com/watch?v=uEDMSQ1I-H0 “Fort Apache: Cine:Fábrica de ideologías” Hispan Tv. 2014

https://www.youtube.com/watch?v=eVB-7km1XG8 “Antonio Gramsci: hegemonía, contrahegemonía y dominación”

Ferro, Marc: Cine e Historia. Gustavo Gili. Barcelona. 1980 .

Ferro,Marc: Historia Contemporánea y Cine.Editorial Ariel. Barcelona. 1995

 


[1] Nouvelle vague (Nueva ola) este término hace referencia a la generación de cineastas franceses que alrededor de la década de 1950 establecieron que las máximas metas del cine, al que consideraban una disciplina artística más, gozara de libertad en el fondo y en la forma. Uno de sus máximos exponentes fue Jean Luc-Godard.

 

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