Se entiende el poder popular como la capacidad de la clase obrera y de las capas populares de organizarse y dar una respuesta articulada a la opresión del sistema capitalista, tanto a nivel defensivo o reactivo como ofensivo, con la articulación de un contrapoder capaz de disputar la hegemonía y el poder al Estado burgués a través de la autoorganización  en espacios de poder popular. Estos serán capaces de satisfacer las necesidades que el Estado no cubre y de, en última instancia, proponer, practicar y defender un modelo de organización social diferente del actual.

La creación de estos espacios de poder popular crece exponencialmente en periodos de crisis o de necesidad, en los que las necesidades, supuestamente garantizadas por el sistema, de la clase obrera y las capas populares dejan de ser cubiertas o se ven amenazadas. Ante una situación de crisis económica o de emergencia social trabajadores y capas populares se ven en una disyuntiva: organizarse para paliar los efectos de esta situación y superarla, o perecer y ser arrastrados por esta. Al optar por la primera opción se plantea un nuevo dilema, permanecer a la defensiva, luchando por la satisfacción de las necesidades que han dejado de ser cubiertas, o dar un paso al frente pasando a la ofensiva, reclamando nuevos derechos y poniendo en duda el orden social imperante, en pos de alcanzar un nuevo modo de organización social.

En el contexto de la crisis económica de 2008, ante la ofensiva del capital reflejada en el ataque a los derechos laborales de la clase trabajadora a través de tres reformas laborales, las políticas de austeridad ordenadas por la Unión Europea y aplicadas por el gobierno del Estado, un aumento exponencial del desempleo tras la aplicación de varios ERE en gran cantidad de empresas y las reformas de las pensiones, junto con los recortes en servicios públicos esenciales como la sanidad y la educación, se da el caldo de cultivo necesario para la autoorganización popular, materializada, entre otras muchas formas, en la aparición grupos de apoyo mutuo, entre ellos la Red de Solidaridad Popular (RSP). En esta situación de crisis, en la que los gobiernos tanto del Partido Popular como del Partido Socialista actúan en favor del gran capital y en perjuicio de los trabajadores y capas populares, anteponiendo los beneficios e intereses de las grandes empresas y del sector financiero a los intereses sociales, se hace patente para la clase trabajadora la necesidad de organizarse al margen del Estado para paliar su situación y satisfacer sus necesidades, ignoradas por el sistema.

La Red de Solidaridad Popular nace con un objetivo fundamental: organizar a los sectores sociales más golpeados por la crisis económica con el fin de satisfacer sus necesidades, creando espacios de autoorganización y de poder popular como contraposición al sistema capitalista. Una de las ideas fundamentales que estructuran este proyecto es la de involucrar a los participantes en la gestión diaria de las redes de apoyo, siendo la piedra angular de estas la solidaridad frente a la caridad, reemplazando el carácter vertical e individualista de esta por un ideario colectivo y solidario. Los resultados y éxito de la RSP varían enormemente a lo largo del territorio del Estado, incluso dentro de una misma ciudad, ya que, a pesar de tener estructuras de coordinación a nivel regional y estatal el funcionamiento de cada RSP local depende de sus miembros. Son estos los que definen sus métodos de funcionamiento, trabajo y participación en la toma de decisiones de la forma que mejor consideren, acogiéndose a los principios ideológicos de la RSP, en muchos casos casi como una mera formalidad. Esto provoca una gran heterogeneidad dentro de la RSP, existiendo ejemplos de verdadera organización popular, con decenas de personas colaborando y participando en su Red y casos más minoritarios y menos participativos. Estas diferencias se trasladan al trabajo realizado, las necesidades que pretende cubrir cada RSP, el grado de politización de las mismas y la verdadera participación en la toma de decisiones por parte de los miembros de cada RSP.

Esta heterogeneidad organizativa presentó una ventaja, ya que cada Red tenía una mayor capacidad de adaptación en su ámbito, pero a su vez generó la incapacidad de la mayor parte de las RSP de elevar el discurso político y avanzar en la construcción de poder popular, centrándose muchas de ellas cada vez más en la resolución de necesidades inmediatas, sin poner en tela de juicio la naturaleza y el origen de las mismas. A su vez, el destensionamiento político en las calles y los primeros síntomas de recuperación económica fueron vaciando poco a poco de actividad muchas de estas RSP, debido a la falta de unos objetivos políticos claros e interiorizados por sus miembros, que justificaran la organización una vez satisfechas (en parte) sus necesidades básicas. A esto es necesario añadirle las tensiones internas que acompañan a la gestión de recursos económicos y bienes de primera necesidad, acrecentadas por la no interiorización de los principios de solidaridad y colectividad de la RSP, suponiendo otro elemento de desgaste para muchas redes locales. La debilidad e inoperancia de las estructuras organizativas regionales y estatales lleva a que las RSP locales no cuenten con un apoyo fuerte para remediar estos problemas, desapareciendo o manteniendo una actividad testimonial la mayor parte de ellas.

En estos momentos, en plena pandemia y en medio de un estado de alarma debido a la propagación del COVID19 o coronavirus, en los albores de una nueva crisis económica cuya magnitud puede empequeñecer la de 2008, nos vemos en un contexto similar al de entonces. En una situación de confinamiento en el domicilio decretada por el gobierno, en la que por motivos de seguridad y salud pública buena parte de la población no puede salir a la calle a por suministros ni desempeñar una vida normal, se da una crisis de cuidados inédita en los últimos años. Hasta la paralización de la actividad económica, nos encontramos con una situación en la que multitud de trabajadores tiene que seguir acudiendo a sus centros de trabajo, mientras niños y personas mayores quedan confinados en casa sin nadie que desempeña las tareas de cuidados necesarias para su supervivencia en condiciones dignas. Esta situación no es afrontada por el Estado, decretando el gobierno la paralización de la actividad económica no esencial tarde y por un tiempo limitado, dejando abandonadas a miles de personas en situación de riesgo, por motivos de edad o de salud, sin plantear una solución real al problema. De nuevo, como durante la anterior crisis económica, la clase trabajadora y las capas populares son abandonadas por el sistema y por el gobierno, más preocupado por proteger los beneficios económicos y las rentas del capital que la salud pública, la subsistencia y la supervivencia de la clase trabajadora, obligada a seguir acudiendo al centro de trabajo, acosada por los ERTE y amenazas por parte de las empresas y olvidada en sus viviendas y en las residencias de ancianos, sin que se tomen las medidas de protección y abastecimiento necesarias para superar esta crisis con dignidad y seguridad para las capas populares.

En este contexto se da la aparición a veces espontánea, otras planificada, de redes de apoyo y bolsas de cuidados en barrios y pueblos de cara a evitar o reducir las consecuencias fruto de esta emergencia sanitaria. Cientos, miles de vecinos a lo largo de todo el Estado se organizan en estas redes de apoyo en solidaridad con los sectores más vulnerables y afectados por la pandemia, llevando a cabo tareas de cuidados paralizadas por la situación sanitaria, como hacer recados o compras para grupos de riesgo, asistencia telefónica a personas que pasan el confinamiento en solitario, actividades de apoyo escolar, etc. Nos encontramos con nuevos espacios de autoorganización en los que participan asociaciones vecinales, centros sociales, vecinas y vecinos no organizados, jóvenes y estudiantes y agentes sociales de todo tipo que, una vez más, se organizan para hacer frente a las necesidades materiales de su clase y de los grupos sociales más afectados por la pandemia. La solidaridad hace su aparición en los barrios, ciudades y pueblos de todo el Estado frente a la pandemia y la enfermedad, la inacción del gobierno y las instituciones y en última instancia las contradicciones de un sistema económico que antepone los intereses y el lucro de las clases dominantes al bienestar e incluso la vida de la clase trabajadora y las capas populares.

Es importante que no se pierda la perspectiva de esta última contradicción, la necesidad de superar un sistema caduco y agonizante, que incluso en momentos de una grave crisis sanitaria demuestra su verdadera naturaleza,  abandonando a los más débiles y vulnerables a su suerte. La clase trabajadora se organiza en sus barrios, al margen del ausente Estado burgués, empujada por la solidaridad y abandonada por el sistema. Debemos aprender de los errores y aciertos de las experiencias de autoorganización anteriores, y comprender que una vez finalizado el estado de alarma la situación no va a ser como antes del brote de la pandemia. Habrá que afrontar nuevos retos y ofensivas del capital ante la crisis económica que se avecina, por lo que estas redes de apoyo deben constituirse en verdaderos espacios de poder popular, organizándose junto con los vecinos, asociaciones y centros sociales, ya que esta situación es solo el principio, y una vez se desate la crisis que seguirá a la pandemia, la solidaridad, la  autoorganización y la respuesta organizada van a ser más necesarias que nunca.

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