No es raro ver noticias durante todas las épocas de exámenes tanto universitarios como de Secundaria y Bachillerato, año tras año, en las que se describen anecdóticamente las largas colas realizadas por las estudiantes para poder acceder a los espacios de estudio. Sin embargo, estas noticias suelen invisibilizar los problemas que se encuentran detrás de esa pretendida simpática imagen de jóvenes que “se esfuerzan por labrarse un futuro”: la masificación extrema derivada del colapso de las bibliotecas y el desfasado y descuidado inmobiliario y mobiliario de estas. Los apretados horarios que, en muchas ocasiones, se manejan desde las universidades y las administraciones públicas hacen casi un ejercicio imposible conjugar el resto de las tareas diarias con conseguir un sitio en alguna biblioteca.

Las comunistas llevamos mucho tiempo atacando el modelo educativo actual que prepondera la memorización y traslación mecanicista de conocimientos por encima de la comprensión. Esto, individualizado, por ejemplo, en la EVAU o en los exámenes finales universitarios, crea una oscilación en la asistencia a las bibliotecas. La necesidad del ambiente adecuado de silencio y de concentración para poder adquirir memorísticamente más y más contenido, el cual a posteriori solo valdrá para pasar un examen tras otro sin aprehender significativamente, hace que tengamos salas de estudio medianamente vacías durante una parte del año y desbordadas durante la otra.

Es muy común durante estas épocas que se produzcan diversos fenómenos concretos como la tardanza de ampliación de horarios, fechas de ampliaciones insuficientes y poca dotación de personal para cubrir tantas horas de trabajo de conserjería y biblioteca lo cual acaba repercutiendo en un aumento desmesurado de horas de trabajo para el personal laboral. Todo ello regado, casi siempre, con las subsecuentes protestas estudiantiles en pro de una financiación y dotación de medios adecuada y es que, como en la mayoría de los grandes problemas de las estudiantes, la solución básica pasa por una mayor financiación pública.

Las bibliotecas públicas concebidas con la dualidad biblioteca-sala de estudio, han sufrido un paulatino descenso en su financiación, lo cual afecta a las trabajadoras, a las usuarias y a la dotación misma, impidiendo la renovación y ampliación de los catálogos de libros y demás útiles, así como del mantenimiento de las propias instalaciones. No podemos tampoco olvidar la importancia que en muchas ocasiones desempeñan estas bibliotecas, no sólo con las estudiantes sino con el resto de usuarias del barrio que pueden tener mayor acceso a internet y contenidos culturales mayores lo cual ayuda a aquellos segmentos de población que viven de manera más tajante la precariedad. También, estos espacios juegan un papel esencial en los pequeños municipios y pueblos, siendo a veces el único servicio de carácter cultural existente en la localidad. Y son, en definitiva, el espacio central de la democratización del estudio.

Todos estos análisis saltan a la vista en cifras concretas: más de 3.000 municipios de España no tienen acceso a los servicios de las bibliotecas públicas, unas instituciones que han incrementado cuantitativamente sus socios con la crisis y la larga recesión, además de las desigualdades que hay en materia de bibliotecas, con comunidades autónomas en mejor situación que otras, a la cabeza Extremadura (una biblioteca por cada 2.848 habitantes) y Castilla-La Mancha (una por cada 4.100), frente a Madrid (una biblioteca por cada 28.117 habitantes), Cataluña (una por cada 19.239) o Murcia (una por cada 14.503), fruto todo esto de inversiones pasadas que ya no están al alza, unido a la despoblación de estos territorios. Por lo tanto, tenemos un servicio anticuado en cuanto a la dispersión y reparto de recursos humanos y técnicos, que durante los peores años de la crisis los presupuestos destinados a las bibliotecas bajaron de 601 a 499,5 millones de euros, hasta una media de 9,53 euros por habitante (si bien el número de socios ha aumentado, pasando del 28,72 por ciento de la población en 2010 al 36,23 por ciento en 2015, y que continúa creciendo). En España hay 4.610 bibliotecas públicas y el 96,6 por ciento de la población tiene servicio bibliotecario en su localidad, lo cual supone que hay un 3,4% de la población que no tiene este servicio.

No es suficiente con la apertura (pedida muchas veces, pero no tantas concedida) de las bibliotecas universitarias, las cuales también sufren el déficit de financiación de sistema de universidades públicas español. Tampoco se trata del reparto en bibliotecas en torno a los estudios cursados, ni de sobreponer el carácter de sala de estudio al de intercambio culturas, debate crítico y centros de aprendizaje y socialización. Lo que se exige es una adecuada financiación del sistema estatal de bibliotecas públicas para que la población pueda contar con los suficientes medios humanos, técnicos, culturales, temporales y espaciales para tener una red a la altura de la educación que demandamos y necesitamos.

Para conseguir todo esto, es necesario que cada centro de estudios, cada barrio y cada pueblo estén tomados por un movimiento estudiantil fuertemente organizado y capaz de presionar lo suficiente tanto a las instituciones universitarias como a las restantes administraciones públicas. La consecución de una red de bibliotecas de libre acceso, de calidad y que alcance a dar cobertura a todas las estudiantes del Estado es imprescindible si queremos hablar de un modelo educativo popular. No todas podemos estudiar en casa, por lo que tenemos el derecho a una plaza en cualquier momento del día en las bibliotecas de nuestra localidad: por este punto también pasa la universalización del estudio.

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