Guillermo Úcar
Secretario General de la Juventud Comunista (UJCE)

En noviembre de 2016, los medios de comunicación y los principales líderes de opinión de Europa se echaron las manos a la cabeza sobre la victoria de Donald Trump, el magnate estadounidense, en las elecciones presidenciales de este país. Insistentemente se apelaba a la frustración del pueblo americano sobre los efectos de la crisis financiera, así como a un bochornoso elitismo que reducía la victoria de Trump a las capas populares depauperadas por la globalización. En todo momento se aludía a elementos culturales, educativos y de contradicción entre los entornos urbanos y los rurales, pero jamás se hablaba de los efectos de un neoliberalismo salvaje, prolongado y que incidía sobre las comunidades más dependientes de los sectores industriales y agrícolas.

Esta victoria electoral, poco a poco ha ido vinculándose a tendencias de alcance planetario como el fenómeno ultraderechista en Europa, la victoria de Bolsonaro en Brasil o los casos de golpes de estado de mayor o menor vinculación al militarismo yanki en Latinoamérica. Y ha generado una atención enorme sobre las últimas elecciones, presidenciales y legislativas en EE.UU.

La victoria electoral de Trump en 2016 conecta directamente con el auge de discursos y opciones políticas ultraderechistas en muchos puntos del planeta.

Tendencias reaccionarias y ultraderechistas que se refuerzan como una respuesta al declive nacional, especialmente en el caso estadounidense por la pérdida de influencia como potencia hegemónica frente a China. Recordemos que el mayor símbolo de la campaña de Trump fue el famoso ‘’make America great again’’. Todo ello aliñado con la larga sombra de la crisis económica de 2008 y con una incapacidad demostrada por la mayoría de los Estados para contener los estallidos sociales durante esta nueva crisis económica. Con una extensión del pensamiento y la organización ultraderechista se consigue contener las potencialidades que pueden dar lugar a la organización de la clase obrera y los sectores populares, consiguiendo además mantener de manera férrea los intereses de las burguesías.

Sin embargo, hay que destacar que no todos los movimientos reaccionarios surgidos a lo largo de esta década tienen la misma línea política y no son comparables las ultraderechas europeas con ascensos como el de Trump y Bolsonaro. Conviene tenerlo en cuenta, porque aunque hablamos de un auge reaccionario mundial por el contexto que vivimos a nivel internacional y por las pugnas imperialistas y sus consecuencias, no son fenómenos que se amparen exactamente en las mismas bases y que tengan la misma propuesta política. Especialmente en su papel hacia el exterior. Así, cabe mencionar movimientos como el del Front National en Francia o La Lega en Italia que no guardan vinculación con el trumpismo y los principios atlantistas. 

La firmeza y rigidez en los planteamientos reaccionarios del trumpismo (aderezados con la alusión permanente a la Ley y al Orden) no ha traído consigo una menor conflictividad social. Se pueden destacar principalmente dos ejes de conflicto como son el feminismo, consecuencia de la internacionalización del movimiento feminista durante los últimos años, y el antirracismo, que si bien es una lucha histórica en EEUU durante en estos meses se ha convertido en una auténtica olla a presión.

El auge del movimiento feminista no es un fenómeno restringido al ámbito de España y en territorio estadounidense también durante 2017 se dieron diferentes movilizaciones. En este caso, el principal elemento mediático del impulso de la lucha del movimiento feminista fue la campaña ‘’Me Too’’ que se inició tras la denuncia de un grupo de actrices de agresiones sexuales que habían sufrido por parte del productor de cine Harvey Weinstein. A partir de ahí la lucha contra las violencias machistas se centró sobre el eje de las agresiones sexuales, y se dirigieron también contra el propio Trump y su trayectoria machista y acosadora

Por otra parte, en mayo de 2020, George Floyd era asesinado durante una detención por parte de la policía estadounidense. La normalidad creciente de violencia por parte de la policía y el resto de poderes del Estado frente a la población negra en EEUU llevaba tiempo tambaleándose y su muerte dio lugar a una serie de movilizaciones durante todo el país. Movilizaciones que también se consiguieron internacionalizar, no sólo como apoyo a la lucha antirracista en EEUU sino como denuncia propia del racismo en los diferentes países. Esta lucha dio lugar además a un posterior movimiento frente al colonialismo.

En estos años además, la política económica y fiscal en EE.UU. ha dado una vuelta de tuerca más sobre las familias trabajadoras. Mientras se ven obligadas a sostener con sus impuestos el desmedido gasto militar estadounidense, tratamientos médicos elementales o sobrevenidos (como los derivados de la pandemia de la COVID-19) se ven obligados a costearlos de su propio bolsillo. Y mientras tanto, grandes grupos empresariales estadounidenses han continuado acumulando recursos y mercados, asentando su dominio económico sobre buena parte del resto del planeta. Y es precisamente en ese punto donde se encuentra la intersección entre demócratas y republicanos, entre Biden y Trump. En el ilusionismo de que los demócratas abrazan si quiera políticas que en Europa serían calificables de socialdemocracia. Los principales magnates americanos han financiado las campañas de uno y otro partido sistemáticamente, y en estas elecciones han visto como bajo la bandera de la derrota del Trumpismo, han camuflado un programa de defensa cerrada y radical de sus intereses por parte de Biden.

Se ha recurrido por parte de medios de comunicación y agentes políticos de la burguesía al concepto de concentración democrática frente a la ultraderecha como excusa para apoyar y mantener políticas neoliberales.

Al igual que en otras contiendas electorales (como la de Macron frente a Le Pen en Francia, o las maniobras en Italia para situar fuera del gobierno a Salvini), asistimos a una especie de blanqueamiento sistemático de aquellos candidatos que representan, más que a un programa en positivo, a la “no ultraderecha”. Se recurre a metáforas como “concentración democrática” para obligar a referentes rupturistas de medio mundo a vincularse a opciones políticas liberales, socialdemócratas o democristianas frente a los referentes de la ultraderecha mundial. Sin embargo, esta alusión a la adhesión incondicional a todo candidato no ultraderechista (que nada tiene que ver, aunque haya quién se esfuerce en amalgamarla, con la política de Frente Popular contra el fascismo de la Internacional Comunista en los años 30), esconde el peligro de aventar aún más los vientos reaccionarios que soplan en diversas partes del planeta. No es sino la decidida opción de clase del Partido Demócrata, así como su incapacidad  manifiesta para resolver los problemas de la clase trabajadora americana, la que acabó por presentar como alternativa factible a Trump.

La victoria de Biden ha traído también consigo a Kamala Harris como primera mujer en ostentar la vicepresidenta. Eso ha dado pie a que desde algunos perfiles se haya comprendido como una victoria del ‘’feminismo’’. También se valora de ella ser hija de una mujer india y un hombre jamaicano, destacando sus orígenes migrantes. Se obvia citar en todo momento que no se trataban de migrantes que huían de la guerra y la miseria para ganarse la vida en cualquier trabajo y vivir ‘the way of life’  sino que eran dos estudiantes de posgrado. De esta forma, el feminismo y el antirracismo se instrumentalizan para apoyar la falsa ilusión de una victoria sobre la tendencia política de Trump; sobre todo si tenemos en cuenta que el pasado de Harris como fiscal (en todos los niveles) no se ha destacado precisamente por una persecución de las desigualdades propias dentro de la Ley estadounidense, sino más bien de cierta implacabilidad frente a los procesados (en EEUU hay 6 veces más de presos negros). Esta, entre otras desigualdades profundas, son las que han llevado a la población negra masivamente a manifestarse, y no se resuelven por la carga simbólica que lleva aparejada que la vicepresidencia la ocupe Kamala Harris.

Igualmente, en política exterior, Biden y Harris representan el la clásica política de intervencionismo militar otanista, la apuesta por el libre comercio y la globalización (en estrecha alianza con la UE y la oligarquía europea), y el chantaje permanente a la soberanía de los pueblos. Resalta especialmente la felicitación del primer ministro de Israel, en la que afirmaba que era conocedor de la buena amistad de Biden con la causa de la ocupación sionista. Es por ello que para los pueblos del mundo, no es una buena noticia tampoco la victoria de los demócratas, que seguiremos sufriendo en todos los rincones del planeta la presencia de bases militares americanas, que seguiremos padeciendo la acumulación económica de los grupos multinacionales de propiedad americana. 

Tras la derrota electoral, se va Trump, no el trumpismo como fenómeno político y social.

Se va Trump, no el trumpismo. Ese fenómeno social está condicionado por la realidad material de la población y por cómo una expresión más del propio sistema económico (aunque con una ideología definida de forma diferente) es capaz de aprovecharla. Si vemos en las elecciones una derrota del trumpismo nos equivocamos, porque la dominación ideológica sobre millones de votantes sigue ahí, por lo que los cantos de victoria sólo sirven para aligerar o dejar completamente de lado una lucha política que sigue siendo necesaria. No sólo porque Biden no sea una solución, sino porque el auge reaccionario persiste aunque no haya ganado unas elecciones.

Todo esto hace fundamental recordar la necesidad de no limitarnos a enfrentar los valores y principios reaccionarios, sino que debemos apostar claramente por la construcción de alternativas antiimperialistas, de solidaridad de clase, de fraternidad entre pueblos que se contrapongan a las ideas injerencistas del imperialismo y en especial (sobre todo en este caso) del imperialismo yanki.

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