Corre el año 1948. Juan de Borbón, desde su exilio en Portugal, espera expectante la restauración de la monarquía española. Francisco Franco está buscando un sucesor, y posa sus ojos sobre su hijo mayor: Juan Carlos. Este, con la protección y beneplácito del dictador, regresa a España para ser su pupilo. Pocos años después, acontece la primera muestra de lo que sería algo habitual durante la “modélica” transición española: tras la muerte de su hermano, Alfonso de Borbón, por un disparo accidental, los medios de comunicación del momento ocultaron que Juan Carlos era quien portaba el arma con la que disparó a su hermano. Los primeros pasos de un encubrimiento y exculpación que se convertirían en recurrentes.

Juan Carlos de Borbón: “El general Franco es una figura decisiva históricamente y políticamente para España. Para mí, es un ejemplo vivo día a día por su dedicación al servicio de España.” Fuente fotografía: investigación.net

Tras el fallecimiento de Francisco Franco, los principales sectores empresariales y los grandes medios de comunicación del país abogaron por blindar constitucionalmente la figura del rey como pilar fundamental del Régimen del 78, actuando así como garante de un sistema económico y político que defiende los intereses de clase de la gran burguesía española. Para ello, se trabajó en crear una buena opinión pública sobre el rey, pues la validación del mismo por parte del conjunto de los españoles supondría, por extensión, la del nuevo Estado burgués.

ABC Madrid 14-05-1997, página 13.
ABC Sevilla 16-01-2005, página 56. Fuente: ABC archivos

El recuerdo de los horrores de la dictadura franquista aún era demasiado vívido en el imaginario colectivo, por lo que la sociedad española recibió con cierto grado de esperanza el nuevo régimen, el cual había sido caracterizado como igualitario, justo y democrático. Por ello, el intento fallido de golpe de Estado militar del 23 de febrero de 1981 hizo reaparecer los viejos fantasmas del fascismo, los cuales fueron rápidamente disipados por el héroe del momento, Juan Carlos de Borbón, aquel que impidió la vuelta a un régimen dictatorial tras anunciar que no apoyaba el golpe de Estado. Esta fue la guinda del pastel del proceso de blanqueamiento de la figura del monarca. En el mismo documental “Salvar al Rey”, un ex agente del CESID (actual CNI), Diego Camacho, afirma que Juan Carlos de Borbón fue el promotor del golpe de Estado para así conseguir una mayor legitimidad de la corona española al mostrarse como “salvador de la democracia”.

Dicho documental airea todas las conocidas vergüenzas de Juan Carlos de Borbón y muestra cómo estas fueron encubiertas sistemáticamente por parte de los medios de comunicación para seguir mostrando una imagen impecable del monarca; sin embargo, la publicación de unas fotografías del rey cazando elefantes en Botsuana en plena crisis económica fue “la gota que colmó el vaso”. Tras esto, el descontento de las capas populares con la institución de la corona creció exponencialmente, lo que hizo que tanto la Casa Real como todos aquellos que durante años habían blindado la figura de Juan Carlos tomaran la decisión de “sacrificar” al entonces rey para poder salvaguardar la institución.

Fuente: Lecturas
Fuente: la Sexta noticias

Para ello, la maquinaria comunicativa comenzó a construir un nuevo ídolo: el heredero al trono, Felipe “El preparado”, un hombre modelo totalmente alejado de los excesos y escándalos de su padre, quien finalmente fue nombrado rey tras la abdicación de Juan Carlos de Borbón en 2014 entre manifestaciones a nivel nacional e internacional que clamaban por la celebración de un referéndum de monarquía o república. Además, el trato que se le da a la figura de Leonor como relevo natural e indiscutible de su padre pretende lograr una implantación duradera en el tiempo de la institución monárquica.

Fuente: Faro de Vigo
Fuente: La nueva España
Manifestación por la república tras la abdicación de Juan Carlos en 2014 en la Plaza del Sol de Madrid. Fuente: RTVE
Manifestación por la república tras la abdicación de Juan Carlos en 2014 en la Plaza del Sol de Madrid. Fuente: huffingtonpost

La otra cara de la moneda de la transición española se muestra en la película “Modelo 77”, la cual narra la lucha de los presos sociales por la amnistía en la cárcel Modelo de Barcelona durante la década de los 70. Tal y como exponemos en este otro artículo, la mayoría de los reos lo eran por razones económicas, lo que evidencia el marcado carácter de clase del sistema penitenciario. Quienes se encontraban encarcelados en base a legislaciones correspondientes al anterior régimen vieron en la democracia burguesa una oportunidad de recuperar su libertad. Por ello, en diversas cárceles de todo el país los presos comenzaron a organizarse en sindicatos de presos, como la COPEL, realizando agitaciones de toda índole en la persecución de la amnistía. El apoyo popular a la causa de los reos se evidenció en las numerosas manifestaciones pro amnistía que ocurrieron en diferentes puntos de España durante esas fechas.

Fotogramas de la película «Modelo 77»

Aunque inicialmente el entusiasmo de los reos por la COPEL fue mayúsculo, la inacción de los principales partidos políticos del nuevo régimen respecto a la amnistía acabó sepultando sus esperanzas. En este punto, muchos de ellos se encontraron con una importante contradicción: ¿debían continuar con la lucha legal por conseguir la amnistía u optar por métodos ilegales para alcanzar su libertad? Uno de los protagonistas de “Modelo 77”, Manuel (Miguel Herrán), deja clara su posición al respecto: “Nada va a cambiar. Este país es para los hijos de los dueños.” La amnistía de los presos sociales nunca llegó.

Fotograma de la película Modelo 77

Tanto el documental “Salvar al Rey” como la película “Modelo 77” ponen su foco de atención en la transición española, evidenciando los “trapos sucios” que pretenden ser ocultados tras una fachada de impecabilidad. La hegemonía cultural derivada de más de 40 años de imposición ideológica ha permitido apuntalar a la monarquía como institución legitimadora de la democracia burguesa, siendo un pilar fundamental del Régimen del 78. Conocedora de esto, la gran burguesía del país muestra constantemente su apoyo a la corona, teniendo en cuenta que una democracia liberal es perfectamente compatible con un gobierno republicano (tal y como muestran las numerosas repúblicas burguesas de otros países del continente europeo). Sin embargo, en nuestro caso concreto, el imaginario colectivo asocia el republicanismo con posiciones progresistas, rupturistas o revolucionarias; por ello, la protección de la monarquía por parte de la burguesía supone, realmente, una defensa férrea de sus intereses de clase.

Fuente: Telemadrid

El nuevo régimen democrático burgués tiene como carta magna la Constitución de 1978, la cual fue redactada bajo una premisa de un pacto social entre clases sociales. El temor ante la vuelta del fascismo primero, y la hegemonía cultural después, provocaron que exista un amplio consenso popular de apoyo a la Constitución, lo cual legitima la vía reformista, bajo el lema del “diálogo social”, frente a cualquier proyecto revolucionario. Esta vía reconoce el Estado burgués como una estructura neutral, de características casi metafísicas, ajena a los intereses de las diferentes clases sociales, y no como una estructura que permite la dominación de una clase sobre la otra mediante numerosos mecanismos a su disposición (institucionales, ideológicos, represivos, etc.). Esta concepción del Estado lo hace potencialmente conquistable a través de las elecciones democráticas burguesas, en las que una favorable correlación de fuerzas permitiría alcanzar una ruptura “desde dentro” con el Régimen del 78 mediante pequeñas batallas institucionales. Sin embargo, esta concepción del Estado peca de ingenuidad y de desconocimiento sobre cuál es su naturaleza y finalidad.

Tal y como muestra la película “Modelo 77”, las políticas reformistas tienen un “techo”: al no cuestionar la infraestructura del sistema capitalista, únicamente aspiran a conseguir pequeñas victorias parciales para la clase trabajadora y demás sectores populares. Estas conquistas, además, no suelen ser demasiado duraderas: las crisis cíclicas del capital, la supeditación de España a los designios de la Unión Europea debido a su posición en la división internacional del trabajo y el turnismo electoral no pactado suponen que estos avances sean caducos, llevando a la clase trabajadora a una situación de desidia que les acerca a posiciones reaccionarias en la búsqueda de soluciones al empeoramiento progresivo de sus condiciones materiales. Además, la institucionalización de las demandas populares deriva en una desmovilización y desarme de la autoorganización popular, único camino para hacer prevalecer nuestros intereses de clase.

Ambas producciones cinematográficas son el contrapunto de un imaginario colectivo que aún contempla la transición española como un modelo, en base al cual se constituyó una concepción de nación o pueblo. Esto permitió el blindaje de una burguesía construida sobre las cenizas de una guerra civil provocada por su versión más reaccionaria y, al mismo tiempo, enterró en el olvido a numerosos miembros de los sectores populares que desaparecieron como “efectos colaterales” de la guerra. Hoy, dentro de un sistema capitalista en continua crisis y descomposición, el rearme de la clase trabajadora y del resto del campo popular es más necesario que nunca. Demasiados reyes se han salvado a costa de tantas Modelo.

Marina Boix

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