Este año, a finales de junio, tendrá lugar en Madrid una nueva Cumbre de la OTAN. Una cumbre que será clave debido al contexto internacional en el que se desarrolla, pero que también llega cargada de simbolismo por el 40º aniversario de la entrada de España en esta alianza imperialista. Ahora bien, si se pretende hablar de los lazos de España con la OTAN, reducirlos a la entrada formal el 30 de mayo de 1982 sería sumamente reduccionista.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Naciones Unidas aprobaba varias resoluciones en las que condenaba el Régimen franquista, denunciaba su vinculación con el nazi-fascismo alemán e italiano, y se oponía a su incorporación al nuevo sistema interncional mientras que este Régimen siguiese en el poder por su carácter fascista incompatible con los principios de la ONU. Ahora bien, en la rearticulación del mundo, Estados Unidos jugó un papel determinante. Asumió el papel dirigente de la pugna contra el Bloque Socialista y de articulación de alianzas para ese fin y, en ese sentido, en 1949 impulsó la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte como herramienta político-militar para sus intereses imperialistas.

En lo que a España corresponde, en enero de 1950 el Secretario de Estado de EEUU, planteaba la posibilidad de que estados miembro de la ONU pudieran normalizar relaciones diplomáticas con España, en clara violación de las Resoluciones anteriormente aprobadas. Esta propuesta de EEUU se justificaba en que la situación política internacional se había alterado. Es decir, el anticomunismo estadounidense de la Guerra Fría les llevó a ver en la España franquista un aliado en su lucha contra las experiencias socialistas y democráticas. Lograrían su inclusión en las Naciones Unidas en 1955.

Pero, incluso más relevante que este hito, serían los Pactos de Madrid de 1953. Estos se fundamentarían en tres ejes: el apoyo militar; el apoyo económico; y el establecimiento de bases militares estadounidenses en territorio español (Morón, Zaragoza, Torrejón de Ardoz y Rota). Mediante estos pactos se formalizaría y consolidaría una subordinación a los intereses de Estados Unidos, un desarrollo totalmente ligado al capital estadounidense, y el despliegue militar estadounidense que permitiría instrumentalizar a España como base de operaciones. En gran medida, a consecuencia de los Pactos de Madrid, se incrementó el papel como uno de los mayores complejos armamentísticos, llegando a ser en la actualidad uno de los 9 mayores exportadores de armas del mundo.

España, así, pasaría a ser un aliado clave por su relevancia geopolítica, en tanto que históricamente y culturalmente permitía servir de puente con América Latina y geográficamente era de utilidad para lanzar operaciones en el Norte de África y en Oriente Medio, en el Mediterráneo y en menor medida en Europa del Este. Tal es así que ya sea mediante el uso de las bases españolas o por la participación de España, se ha colaborado en misiones en Yugoslavia, en Bosnia-Herzegovina, en Libia, en Afganistán, o en «la lucha contra el terrorismo en el Mediterráneo», entre tantas otras. Esto también pudo verse en el caso de la guerra de Irak, si bien no protagonizada por la OTAN pero coincidente totalmente en sus intereses y donde la participación de España junto a Estados Unidos y Reino Unido refleja totalmente esta realidad.

Ahora bien, la entrada formal de España en las alianzas imperialistas de las que forma parte se produciría en plena transición. Este contexto histórico es clave para comprender la alta legitimidad de la que gozan estas en España. Su inserción en estas alianzas se liga con la llegada de la democracia burguesa y con el desarrollo del modelo productivo actual en España. Frente a la oscuridad, la dictadura abierta y la pobreza del franquismo, la incorporación en estas alianzas representa la llegada de la democracia representativa burguesa, el liberalismo político, los hijos e hijas que viven mejor que sus padres y madres, y demás farsas del anhelo aspiracional del capitalismo europeo y estadounidense y del ascensor social.

Por un lado, la entrada en la UE se solicitó oficialmente en 1977, mediante la petición de adhesión a la Comunidad Económica Europea, firmando el 12 de junio de 1985 el Tratado de Adhesión en Madrid que supuso la integración efectiva de España en la CEE el 1 de enero de 1986. Por otro lado, el proceso de incorporación de España a la OTAN se inició el 2 de diciembre de 1981, cuando España comunicó su intención formal de adherirse al Tratado de Washington. Casi de forma automática recibió la invitación del Consejo del Atlántico Norte (CAN) para iniciar el proceso de adhesión. Así, el 30 de mayo de 1982, España se convirtió en el miembro número dieciséis de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, siendo el referéndum del 12 de marzo de 1986 —el cual ganó el sí a la OTAN con un raquítico 56,85%— un mero procedimiento de ratificación y legitimación.

El nivel de legitimidad del que gozan ambas alianzas imperialistas es evidente. España siempre se ha caracterizado por ser uno de los países más europeístas de la Unión Europea, tal y como suelen apuntar los Eurobarómetros. Además, en las encuestas que han ido circulando recientemente al hilo del papel de la UE y la OTAN en la guerra imperialista en Ucrania, en España el gobierno con mayor reconocimiento por su papel en la guerra es el ucraniano, con en torno a un 7,1 de nota media. Además, en torno al 64,1% de las personas encuestadas vienen apoyando el envío de armas por parte de la UE y de España. En coherencia con esto, el apoyo al incremento de gastos militares alcanza el 43,3% y con únicamente un 14,3% de apoyo a la reducción de los gastos en defensa.

Esta legitimidad, como comentábamos, no nace de la nada. Además del contexto histórico anteriormente mencionado, es realmente crucial señalar los aparatos desplegados durante estos años. La relevancia del capital extranjero de países OTAN (la mayoría de socios comerciales de España son países miembro de la UE, Estados Unidos y Reino Unido), la dependencia financiera de diversos sectores del tejido empresarial español con respecto a ayudas como las de la UE, las industrias desarrolladas al calor de la entrada de España en la OTAN y la UE y de las relaciones comerciales con EE.UU., la normalización de estas alianzas a través de la educación incluso con cursos, currículos, etc. estrechamente vinculados a la OTAN o impartidos por la OTAN, y un largo etcétera llevan a la creación de ese escenario favorable para estas fuerzas imperialistas.

La OTAN afronta esta Cumbre en Madrid en un claro contexto de rearticulación de la multipolaridad imperialista. Por un lado, tras años en los que las pugnas internas entre distintos países de la OTAN han dañado algunos puentes, la alianza ha entendido la necesidad de fortalecerse internamente cosiendo las heridas abiertas: las disputas con Turquía, el distanciamiento UE-EE.UU. que parece recuperarse poco a poco, el Brexit y sus impactos en el relacionamiento entre miembros de la OTAN, etc. Por otro lado, la urgencia de superar ese clima interno apremia. Mientras la OTAN afrontaba estos retos internos otras fuerzas regionales e internacionales han seguido emergiendo, disputando la hegemonía internacional del mundo unipolar posterior a la caída del Bloque Socialista. La lógica de la multipolaridad imperialista se ha asentado, por lo que la OTAN requiere no solamente mantenerse fuerte de puertas para adentro, sino establecer alianzas que le permitan hacer frente a las pugnas interimperialistas. La guerra imperialista de Ucrania solamente está siendo un escenario de estas pugnas, como lo fue el fin del despliegue en Afganistán, y lo serán las distintas pugnas que puedan seguir emergiendo entre los distintos polos imperialistas.

Es evidente que el campo popular enfrenta esta Cumbre en horas bajas. Los periodos en los que consignas como el «No a la OTAN» o el «No a la guerra» conseguían aglutinar a miles de trabajadores y trabajadoras en España y suscitaban un amplio apoyo social han quedado atrás. Esta situación de debilidad ideológica del campo popular, lejos de actuar a modo de desmoralizante y desmovilizador debe servir como motor de lucha. La Contracumbre de la OTAN que se viene articulando a distintos niveles y entre variados agentes sociales, políticos y sindicales debe marcar un hito para la juventud antiimperialista para revertir esta situación. Es por eso que necesitamos de una Contracumbre de la OTAN exitosa, masiva y con un claro y marcado carácter antiimperialista que nos permita dar ese primer paso. Que los actos y charlas del fin de semana del 24 al 26 de junio y la manifestación del 26 a las 12.00 desde Atocha desborden las calles para demostrar la voluntad popular de recuperar el No a la OTAN como una prioridad de la clase trabajadora y su juventud.

Aportación de la Juventud Comunista para la Revista Agitación,

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