«Patriarcado y capital, alianza criminal» gritaban las calles el 8 de marzo de 2018, un antes y un después en la historia del feminismo en nuestro país. Ya entonces confrontaban, dentro del movimiento, dos tendencias: la liberal y la de clase. Como el fango que todo lo impregna, el capitalismo ha penetrado en la lucha de las mujeres y ha vestido de feministas tendencias puramente liberales que nada tienen que ver con la emancipación. El feminismo liberal disfraza, bajo la máscara del empoderamiento, aspectos mercantilistas que vuelven a revelar las diferencias de clase.

Bajo el paraguas liberal esta tendencia feminista, de la que hacen bandera desde Patricia Botín hasta H&M, hegemoniza la idea de que la mujer no tan solo es dueña de su cuerpo, sino también de venderlo y convertirlo en mercancía. Un discurso que, disfrazado de intenciones liberadoras, esconde en último términos las miserias más bajas del capitalismo como la prostitución, que analizamos en su contexto actual en Prostitución y crisis, o los vientres de alquiler, que nos han dejado imágenes tan clarificadoras como las decenas de bebés recién nacidos que, en sus cunas, llenaban una habitación de hotel en Ucrania, convertidos en poco más que stock.

El feminismo liberal también ha hegemonizado las redes sociales, que constituyen uno de los pilares de la opresión machista, reforzando los cánones de belleza y deseo en una carrera que parece no tener meta. A las redes más populares que promovían una mercantilización velada, convertidas en un metafórico escaparate, les han salido competidores como OnlyFans, donde la venta del cuerpo es tan directa que resulta hasta insultante que se disfrace de un acto empoderante.

OnlyFans, vendida como la solución «contra la censura de Instagram» es una plataforma que nace en 2016 como un sitio web de creación de contenido. La diferencia principal entre esta y muchas otras webs o redes sociales existentes radica en que los contenidos que se comparten en ella son de carácter exclusivo, obteniéndose mediante una suscripción de pago mensual. La plataforma se ha popularizado como un portal pornográfico en el que cada usuario vende su propio contenido sexual a sus suscriptores.

Bajo el sistema capitalista nadie es totalmente libre, ya que vivimos condicionados y educados por este.

Este falso empoderamiento femenino, abanderado por el feminismo liberal, borra del mapa las clases sociales y nos hace creer que bajo nuestra libre elección estamos vendiendo nuestro producto en forma de imágenes y vídeos; cuando en realidad el producto somos nosotras. Frente a sus «cuentos de hadas», quienes necesitan vender su cuerpo y su consentimiento para vivir son las vecinas de los barrios trabajadores y marginados, no las empresarias que ocupan cargos de gran responsabilidad. Esta no deja de ser una nueva modalidad dentro del ámbito de la prostitución y la pornografía, cuyo contenido responde a las necesidades de consumo masculino.

Como ya afirmaba Kollontai en 1921: el desarrollo de estas conductas fortalece la desigualdad entre géneros. El empoderamiento de la mujer no lo trae la «libre» venta de su cuerpo; sino que no exista la necesidad de hacerlo. Asimismo, también es nuestro deber reeducar a quienes sienten en su mano el privilegio de poder acceder al cuerpo femenino donde, cuando y como deseen.

«Camaradas, nuestra tarea es librar una lucha sin tregua a todos los remanentes de individualismo… Nuestra tarea es revolucionar las actitudes en la esfera de las relaciones sexuales, armonizarlas con el interés obrero.» Kollontai, La prostitución y cómo combatirla, 1921.

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