Hoy en día, las series tienen una presencia mayúscula en la vida diaria de la juventud. Enganchan por igual a quienes buscamos evadirnos un rato y a las personas seriéfilas que queremos profundizar en ellas. Unas, por cansancio del cine y sus corsés narrativos y otras, debido a su escaso tiempo libre optan por un formato más cómodo, pero también refrescante y lleno de contenidos de calidad.

Es tal la adicción a las series, que corremos el riesgo de infravalorar su potencial político. Anteriormente, ya hemos hecho notar el papel de las series como transmisoras de ideología (http://www.agitacion.org/2018/05/15/series-la-clase-media-al-desnudo-2/). Ya va siendo hora de preguntarnos por el mensaje político de las series más exitosas, especialmente las que ofertan las grandes plataformas que copan el mercado como Netflix y HBO.

La hegemonía cultural a través de las series

En esta revista ya hemos analizado la potencialidad del pensamiento de Antonio Gramsci a través del cine (http://www.agitacion.org/2018/11/25/rocky-drago-ali-y-gramsci-la-batalla-cultural-y-el-boxeo-a-traves-del-cine/). Los productos del cine y la televisión son un canal privilegiado para que la clase dominante asiente su hegemonía cultural, su conjunto de significados y cosmovisiones acerca de cómo es el mundo y cómo se debe estar en él. A través del entretenimiento, se puede educar fácilmente a los dominados para que conciban su sometimiento como natural, neutralizando su capacidad revolucionaria.

Si Hollywood ha modelado la cosmovisión del mundo durante décadas y para generaciones enteras en todo Occidente,  hoy en día las plataformas como Netflix y HBO toman el relevo en cierto sentido. La maquinaria cultural capitalista que representaba el cine norteamericano ha hallado nuevos mecanismos para hacerse presente entre públicos que ya no comulgaban con la misma. La mayor parte de la juventud es perfectamente capaz de ver en Rambo una saga de películas belicistas, que justificaban la política imperialista de los Estados Unidos en los años 70 y 80, pero no tiene los mismos ojos críticos para algunas de las series más exitosas.

No es casualidad que Netflix y HBO forjasen una alianza con los estudios de Hollywood contra las páginas web de descargas gratuitas. La creación de plataformas para “seriadictas” ha dado la puntilla a aquel nicho de contenidos libres y, de paso, nos ha encorsetado en el “pack” de series ofrecido por cada plataforma, relegando otros contenidos de calidad que no cuentan con el patrocinio de esta industria cultural.

Desvelar que bajo los contenidos de estas plataformas existe un mensaje individualista o reaccionario, como es normal en un producto de una gran corporación capitalista, no significa que no pueda disfrutarse de estas series. Tampoco supone olvidar o negar lo bueno que poseen. En otros artículos, hemos reseñado buenas series por su enfoque LGTB o su temática social (http://www.agitacion.org/2019/02/10/sex-education/), aún cuando la política de cancelaciones en plataformas como Netflix desvela sus claras preferencias. Más bien, analizarlas supone tomar conciencia, una vez más, de que nada es neutral en la sociedad en la que vivimos, de que todo es política.

Entre los distintos contenidos de estas plataformas, son muchas las series que ofrecen una solución individualista a la violencia estructural del capitalismo y/o que denostan cualquier vía revolucionaria.

La falsa revolución, la revolución fallida y otros tópicos

Hay un tipo de series que, mostrando un argumento o una serie de elementos de tipo rebelde, antisistema o iconoclasta, ofrecen un mensaje ideológico nada revolucionario. Ejemplos perfectamente conocidos de este tipo de series, que aúnan referencias a movimientos de protesta recientes como el 15M u Occupy Wall Street, son La casa de papel o Mr. Robot.

En La casa de papel se presenta un mensaje contestatario, que es sintetizado en un monólogo del Profesor al final de la segunda temporada. Recordando las consecuencias devastadoras de la crisis y el rescate con dinero público a los bancos, el Profesor dice estar rescatando la “economía real” de “un grupo de desgraciados”. Sin embargo, el punto crucial es el final del monólogo: “…para escapar de todo esto”. La banda de protagonistas no quiere acabar con esa situación, sino huir a una isla paradisiaca. Las referencias al 15M y a Anonymous son parafernalia para ganarse el favor de la opinión pública contra la policía, asegurando el éxito de su huida. Esa es toda la rebelión que plantea la serie: una estafa que enmascara la codicia.

Mr. Robot toma otro camino, pues aunque la máscara del justiciero encubre también a un reducido grupo de hackers, ellas sí buscan tumbar el capitalismo financiero. No obstante, el hecho de que esta revolución derive del ego, la actitud y la maestría profesional de un hacker con problemas de socialización y al borde de la locura, vuelve a sugerir que solo la acción individual es posible bajo este sistema.

Hay otra estrategia, adoptada por otras series, que podemos calificar de abiertamente reaccionaria. Estas series ofrecen una imagen negativa de la revolución, como un evento catastrófico, y ensalzan el estado actual de las cosas porque la alternativa sería peor. Es el famoso “no hay alternativa” de Thatcher y Reagan. En esta categoría cabe claramente la anticomunista Chernobyl, pero también el polémico final de Juego de Tronos.

Puede resultar provocativo, pero en el desenlace de la lucha por el Trono de Hierro, el intento de acabar con el sistema movilizando a los más humildes termina en un mar de sangre y destrucción y con un tirano maníaco en el poder que quiere “liberar” al resto de la humanidad mediante un genocidio. Un tópico anticomunista de los más comunes. Al final, la derrota del tirano garantizará la reforma del sistema, mediante una solución de consenso que los poderosos aceptan porque cambia lo necesario, pero mantiene las bases intactas: es decir, cambiarlo todo para que nada cambie.

Otro grupo de series muy exitosas basan su atractivo en ensalzar la trayectoria vital de su protagonista: un sujeto, generalmente un hombre, cuya aura y reconocimiento social se basa en su comportamiento amoral y a veces violento. Estos hombres viven como si no existiesen barreras, con el único objetivo de acumular dinero o poder, a costa de crear un enorme sufrimiento. Un arquetipo común hoy en día, personificado en el Pablo Escobar de Narcos, el Heisenberg de Breaking Bad o el Frank Underwood de House of Cards, entre muchísimos otros. Sus crímenes execrables se pintan de un tono de autenticidad, carácter y astucia, creando un modelo de antihéroe muy popular a día de hoy, el auténtico “hombre nuevo” del neoliberalismo. Su ideario es simple: hazte rico o muere en el intento, la solidaridad es para los débiles.