Es muy efectivo generar terminología, un acrónimo bastante fácil de recordar, para dominar o denominar fenómenos sociales. Hace unos años el término más oído que interpretaba en nuestra sociedad las corrientes migratorias hacia Europa era el de “Refugiados”. La propia palabra conlleva un llamamiento a la solidaridad, aunque esta no vaya a la raíz del problema, porque sitúa el acento en el “Refugio”, es decir, en la necesidad de acoger por pura humanidad a las masas de desposeídas que buscan sobrevivir. En torno a la cuestión que señalaba el término, se generó un movimiento de protesta que iba desde actos simbólicos como colgar pancartas en edificios públicos, hasta la organización de viajes de voluntarias para ayudar en los campos del oriente mediterráneo.

En el momento ideológico actual, el avance de las ideas reaccionarias ha derrumbado la popularidad del término. Veremos el “Welcome Refugees” en camisetas de los participantes de la contra-cumbre del G7, pero en los periódicos, en la televisión y en la radio se habla de los “MENA”.

La opinión pública tenía claro que los refugiados huían de algo; incluso entre los análisis más avanzados y los posicionamientos más profundos, se podían oír críticas al imperialismo estadounidense y europeo (verdadero origen de la cuestión migratoria). Con el término “MENA”, a lo que se abre paso es a la criminalización clasista, racista y xenófoba de los y las jóvenes trabajadoras, paradas y excluidas. Y dará igual que la joven en cuestión haya nacido en España, que su acento sea igual al de cualquier otro lugareño o que no sea menor de edad y que tenga familia. Porque “MENA” no es una descripción: es una herramienta de criminalización.

La clase media asustada (los estratos medios para ser científicamente correctos o pequeñoburgueses para los más ortodoxos) tiene a su nuevo enemigo. Ese que les recuerda que en sus sociedades no está garantizada la vivienda, ni el trabajo, ni un salario siquiera de subsistencia. Que sus sociedades dominadas por el neoliberalismo se basan en la posibilidad de un ascenso social inmediato para acceder a unos bienes de lujo que marcan tu identidad personal (tu coche, tu bolso, tu móvil, tu reloj…). Esas sociedades que condenan a las casas de apuestas a los jóvenes de las clases populares en busca del ascenso social y que en el caso de los sectores más destruidos, con todas sus relaciones y vínculos sociales volados por los aires, buscarán esa riqueza inmediata en el hurto y el robo. Aún así, habrá que recordar continuamente que España sigue siendo de los países más seguros del entorno europeo.

Ya se oyen voces en los comentarios de los periódicos, o en Facebook, de cincuentones que necesitan reafirmar su masculinidad formando patrullas de vigilancia vecinal. Suerte tenemos, entre infinitas comillas, de que el Estado sea mucho más completo que en el s. XIX o en los años 20 y, que para ese papel, ya tengan a la Policía. Los “MENA” son el nuevo chivo expiatorio en una coyuntura de retroceso de las ideas progresistas. Muchos los tratarán de locos y enfermos para quitarse de encima cualquier responsabilidad como sociedad. Lo que habría que preguntarse es si estar adaptado a un sistema enfermo es un síntoma de buena salud.

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