Todo es siempre fútbol y especialmente todo es siempre fútbol moderno. Es innegable que el fútbol ha sido por tradición e historia el deporte rey entre las masas, sobre todo masculinas. Por eso el hombre, que domina el espacio público, ha hecho que siempre se hable de fútbol en los bares, en las calles y en los telediarios. Esto ha empañado en repetidas ocasiones el resto de deportes, los más masculinizados, y los menos.

En este artículo podríamos desarrollar ese hilo, pero nos vamos a centrar en como un deporte concreto, el ciclismo, víctima de la modernización del fútbol está sufriendo un proceso similar.

El ciclismo es por antonomasia el deporte del espectáculo. En primer lugar porque las fuerzas que quedan en el cuerpo son casi siempre más o menos imprevisibles, y en segundo lugar porque las estrategias del equipo están para romper las fuerzas del resto de equipos intentando conservar las del tuyo propio. Eso significa que a lo largo de una etapa vemos caídas, recaídas y recuperaciones de un nivel estratosférico. Por eso quizá lo que tengamos que decir del ciclismo no sea que la modernización ha llevado a intentar iluminar un falso espectáculo, pero si desde luego a cambiar normas y relaciones que carecen de sentido y que sólo están hechas para engordar los bolsillos de algunos y para acabar, por desgracia, con la vida de otros.

Pero esto ya empezó hace tiempo. A finales de la década de los 90 pedaleaba un ciclista que era un ídolo entre quienes se acercaban a los puertos a ver las etapas. José María Jiménez ‘’Chava’’ era un joven que ilusionaba y que, como él siempre decía, disfrutaba sólo con ver a la gente disfrutar. Entendía que su misión en el ciclismo no era triunfar (de hecho nunca ganó ninguna Vuelta, ningún Tour ni ningún Giro) sino meterse en las piernas todos los ánimos y aplausos para escalar con una bicicleta como si llevara una moto. Imprevisible por naturaleza, el Chava un día se acostaba ganando una etapa con un final de infarto como se levantaba para hacer una de las peores etapas de su vida. Era un ciclista irregular, pero era un ciclista a quien todo el mundo aclamaba. Como le ha pasado a un sinfín de deportistas, en su retirada sufrió una depresión que acabó con su vida en diciembre de 2003.

Un año más tarde moriría también, en este caso con mayor polémica, Marco ‘’El Pirata’’ Pantani. Acusado de dopaje, aunque después se descubriera que fue la propia mafia italiana la que manipuló su sangre, el ciclista no superó tampoco los graves problemas que le tocaron vivir tras una retirada por la puerta de atrás y murió víctima de una sobredosis.

La leyenda cuenta que una vez cierto ciclista de renombre afirmó que ‘’los puertos no se suben con pinchos de tortilla’’. Quizá no sea verdad, pero es cierto que hace 50 años se subían con cognac y ahora sometemos a la lógica del EPO, del clembuterol y de las transfusiones a todo bicho viviente que se preste a convertirse en un as del ciclismo que les reporte miles de beneficios. Le hemos pedido a ciclistas y a aficionados a consumir un deporte que podría tener el suficiente espectáculo sin necesidad de generar tal estrés y sacrificio sobre la vida de quienes pedalean hasta el punto de llegar a una situación crítica. Claro que sino seguramente algunos ganarían menos.

Este año La Vuelta ha vuelto al Principado de Andorra. Esta será la tercera vez que lo ha hecho (2015, 2017 y 2018). ¿Cómo es posible que la vuelta ciclista de España tenga dos etapas en otro país? El compromiso es claro: unos quieren ofrecer ‘’algo nuevo que llevarse a la boca’’ y otros quieren aprovecharse de la justificación para hacer caja. En 2015 la etapa en Andorra (la primera vez que una etapa tenía salida y llegada en otro país) se vendió como ‘’la etapa más dura de la historia de la Vuelta’’. En 2015, el Ministro de Turismo del Principado confiaba en que el Tour se fijara en el modelo para atraer también a la vuelta ciclista con mayor repercusión mundial. En 2016, 2017 y 2018 se corrieron etapas que circulaban por territorio del Principado.

Este año el Tour nos dejó otro ejemplo absurdo de modernización de este deporte. En su décimo séptima etapa apostó por recorrer tan sólo 65 kilómetros, pero eso sí con una salida similar a las de Fórmula 1, con semáforo y todo. No hace falta decir que el maillot amarillo y el resto de ciclistas fueron neutralizados en la propia salida ya que, por suerte, este deporte no se caracteriza por tener salidas aceleradas.

Las caravanas publicitarias de las grandes vueltas duran casi una hora y media, todos los equipos deben vestir una o varias imágenes publicitarias para sobrevivir y el elitismo técnico al que no estamos acostumbrados los mortales hace que cada día se aleje más el ciclismo profesional del amateur. Aún con todo, el ciclista mejor pagado (Peter Sagan) se embolsa la friolera de 6 millones de euros entre campañas publicitarias y sueldo de su club; calderilla para cualquier futbolista de la élite.

La pregunta a la que nos lleva todo esto es… ¿como aficionados o deportistas debemos consentir que el ciclismo sea manoseado hasta la saciedad? ¿Debemos dejar el deporte en mano de sponsors y empresas?

Quienes nos hemos subido a una bici alguna vez para recorrer 30, 90 o 150 kilómetros sabemos que lo verdaderamente atractivo de este deporte reside en la dificultad o en la sencillez con la que se recorren esos kilómetros, y no en la autodestrucción física para crear al superhombre que abarque miles de kilómetros con rampas inquebrantables en unos pocos días para que de esta forma salga más veces en televisión la empresa que paga sus maillots.

Para el ciclismo sólo hacen falta dos piernas y dos ruedas. Queda en nuestras manos, paradójicamente, el manillar que nos lleve hacia un ciclismo para aficionados y deportistas o para que unos cuántos se sigan lucrando.

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