Guillermo Úcar, Secretario General de la Juventud Comunista

Lo bueno de la historia es que se puede escribir y aprender de ella. Lo malo, es que siempre se escribe a posteriori, porque ante todo la historia es un análisis profundo (y científico) de lo ocurrido.

Por eso, quizá nos hayamos estado equivocando durante todos estos años, cuando nos atrevíamos a asegurar constantemente que lo que iba a ocurrir días después iban a ser momentos históricos. Augurábamos que ese hito (proceso interno, movilización social o desarrollo de un interés de clase,…) iba a cambiar el mundo. Si después no ocurría, daba igual. La gesta se había cumplido porque el regusto a épica durante semanas nos había dejado tal satisfacción en el cuerpo, que nos sentíamos haciendo algo grande.

Eso explica que en parte hayamos convertido la política en un show, en un consumo incesante de sensacionalismo. Convertir cada hecho en ‘histórico’ es darle pasión al asunto para tensionar sin parar. En palabras de Lenin ‘’pornografía en lugar de política’’. En cierta manera la izquierda transformadora (concepto abstracto que nos mete en el saco a cualquiera) hemos adaptado el mantra neoliberal del inmediatismo y el presentismo. Si nos adaptamos perfectamente a la lógica comunicativa del neoliberalismo posiblemente arrastremos a más gente, pensaron muchos. No se equivocaron, pero es una mecha corta. Cuando todo se cae como un castillo de naipes sólo queda hartazgo y cansancio que sabe aprovechar la reacción para dar una vuelta de tuerca. De éxito también se muere.

Así, el ciclo político iniciado con la huelga del 29 de septiembre de 2010 (que dejó por el camino otras dos huelgas generales, el 15M, las Marchas de la Dignidad, el movimiento estudiantil contra Wert, el auge de las PAHs y el desbordante movimiento feminista) se intenta mantener a base de retórica. Durante la anterior década todo eran éxitos determinantes. Cuando la realidad no cambia de base, cuando las modificaciones que vivimos no son estructurales -aunque se hayan conseguido tímidas victorias- llega la frustración y el cansancio. ‘’De qué sirve luchar si total, tampoco ha cambiado tanto’’ pensará mucha gente, y tienen razón. Pero nadie les puede culpar porque no son personas desinteresadas por la política, ni con vagancia. Son personas cansadas de escuchar ‘’el momento es ahora’’.

En este momento toca estudiar, toca pensar. Toca reflexionar mucho cómo dejar atrás una década de grandes pasiones y tiempos rápidos. Toca bajar el balón al suelo -perdón por el símil futbolístico- y ver realmente a qué aspiramos para saber cómo lo enfrentamos. Si creemos en posibilismos y evitamos pensar en grandes horizontes para articular cambios pequeños aunque inmediatos, estamos sin duda en la dirección correcta. Si, en cambio, creemos en cambios estructurales nos toca trabajar en el barro, mancharnos las manos y armarnos de paciencia. La diferencia entre entregarse al fervor de los movimientos tácticos o tener la mente fría gracias a la claridad de la estrategia.

Y aquí, quien escribe, hace la autocrítica que nadie ha hecho (posiblemente para no sentirse culpable de tanto despiece) porque frente al ‘’ahora o nunca’’ creo en el ‘’hoy es siempre todavía’’ de Antonio Machado. Porque nunca es tarde para estudiar los errores cometidos y para profundizar en una organización popular de mirada a largo plazo; que no plantee sus objetivos en una lógica cortoplacista irrealizable. Transformar la realidad supone grandes esfuerzos y así tenemos que pregonarlo. Pero también sabemos que nos merece la vida dejar en nuestro camino la entrega por construir un mundo nuevo. Porque aquí, y ahora, podremos poner los pilares sobre los que se cimiente otra sociedad. Pero el libro de la historia siempre se escribirá después.

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