Unas semanas después de la conclusión (por ahora) del conflicto de Nissan, tras el acuerdo entre los sindicatos y la empresa, cabe echarle un vistazo a la situación real que deja en los 23.000 puestos de trabajos directos e indirectos que dependen de esta empresa. Lo primero a tener en cuenta es que el de Nissan es un conflicto que ha trascendido a la propia empresa y a la zona donde se sitúan las plantas en España (la principal por número de trabajadores y producción está en Barcelona, pero cuenta también con plantas en Ávila y Cantabria). Esto se debe a la importancia estratégica del sector del automóvil, la tendencia a la desindustrialización del país y el número de puestos de trabajo en juego.

Lo segundo es que no es la primera amenaza de cierre de Nissan en España, pues ya cerró en 2003 otra planta en Madrid, prometiendo mantener las plantas de Barcelona. Además, durante los momentos más duros de la crisis del 2008, se puso en duda la viabilidad de la planta de Barcelona, asumiendo gran parte de los costes salariales la Generalitat, y aumentando las subvenciones a Nissan para que no optase por el cierre total. Pero lo que ha hecho esta amenaza de cierre absolutamente intolerable para los trabajadores es que el año pasado tuvieron que soportar 600 despidos en un ERE que solo fue suavizado por la presión de la lucha obrera. La causa alegada para esos despidos era, una vez más, “mantener la competitividad de la planta” para no tener que cerrarla.

Y así, aprovechando la pandemia de la COVID19 para redoblar la ofensiva contra la planta y sus trabajadores, la dirección de la empresa anuncia el cierre inminente de Nissan en pleno Estado de Alarma. Es decir, aprovechan el confinamiento general de la población y la difícil situación sanitaria (con muchos trabajadores de baja) para tratar de cerrar las fábricas sin que fuese posible la organización de la plantilla para defender sus puestos de trabajo. O esa era su intención, pues el conjunto de los trabajadores puso en marcha rápidamente, en un ejercicio de autoorganización inmensa, huelgas y movilizaciones que respetaron en todo momento las medidas de prevención frente al coronavirus.

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94 días consecutivos con manifestaciones y concentraciones diarias, ampliamente respaldadas por la plantilla, sus familias y el movimiento sindical, en la planta, en Madrid y en Barcelona. Además, los trabajadores de Nissan nos han proporcionado un enorme ejemplo de solidaridad de clase, ya que durante las jornadas de huelga se turnaban también para sacar adelante los bancos de alimentos y las bolsas de cuidados que se pusieron en marcha en barrios y municipios obreros para tratar de vencer la dura situación económica y social causada por la pandemia. Y de nuevo, hemos visto a la clase obrera catalana responder a la lucha con solidaridad, recibiendo la plantilla de Nissan todo el apoyo de los trabajadores de la SEAT y de otras fábricas del área metropolitana de Barcelona.

Como en el mito de David y Goliath, la huelga de Nissan no era un conflicto únicamente entre la empresa y los trabajadores. Era una manifestación más de la desindustrialización forzada de los países del sur de Europa, del enorme poder amasado por grandes grupos transnacionales a los que sirve obedientemente la Unión Europea. Una demostración de que el modelo económico de nuestro país está diseñado por la oligarquía europea para que consumamos los bienes producidos en el centro de Europa y nos limitemos a ser el sol, la playa y los proveedores de mano de obra barata de esos mismos países. Pero es una situación similar al mito de David y Goliath porque los trabajadores de Nissan han doblado el pulso a uno de los grandes grupos monopolistas de la industria del automóvil, que es el conglomerado formado por Nissan, Renault y Mitsubishi, que se han repartido entre sí una enorme cuota en el mercado mundial del automóvil a imagen y semejanza de los cárteles coloniales del siglo XIX y XX. Esta acumulación monopolista sin embargo, demuestra una vez más lo decrépito del sistema capitalista, que en su vertiente neoliberal actual busca el crecimiento continuo y desmedido de los beneficios de los propietarios de los grandes grupos transnacionales, sin tener en cuenta las condiciones de vida de los pueblos ni las consecuencias de los cierres y traslados a los que llevamos décadas asistiendo. Y es que la planta de Nissan en Barcelona genera beneficios, pero no en las cantidades que los propietarios exigen.

Por ello, esta nueva victoria de la clase obrera tiene un regusto amargo. La ambición sin límites de la oligarquía no nos deja ni un resquicio de alivio por haber tumbado, una vez más, el cierre de una fábrica estratégica. La propia lógica del capitalismo, y el mantenimiento del empleo a cambio de subvenciones y beneficios del Estado, nos hace temer, si no por Nissan, por otras plantas del sector del automóvil y, en general, por los sectores productivos del país. Mantengámonos alerta, combativas y solidarias para defender nuestro empleo y nuestro futuro.

Víctor C., militante de JSUC/Juventud Comunista

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