Hay ganas de volver a la nueva normalidad o esa es por lo menos la sensación mayoritaria en la sociedad española: poder volver al cine, a la playa, a los bares… Poder volver a socializar con normalidad y ver a nuestros familiares, a nuestros amigos. Y, sobre todo, volver a trabajar aunque quizá esto no por gusto sino por necesidad; salir de una vez de los ERTE esos que no llegan aún a la cuenta del banco y volver, los que tuvieran la suerte de tener un trabajo fijo, al tajo.

Y aunque muchos desean que este impasse de 3 meses no hubiera existido la historia es la que es y no se puede cambiar. Los meses y años que vienen no se van a parecer a 2019, y no solo hablamos de medidas de higiene, restricciones de aforo y del distanciamiento social. Tampoco hablamos solamente de un cambio en la mentalidad, en la sensación de fragilidad como sociedad, ni del berrinche de los privilegiados por no poder ejercer sus privilegios por obligación social y sanitaria. Hablamos de que se van a acentuar brutalmente los problemas sociales de la sociedad española por una crisis que, aunque nos quieran vender en sus explicaciones superfluas y engañosas, no ha generado el COVID sino un sistema incapaz de gestionar una pandemia al ser incapaz de poner la vida por encima de los beneficios privados. Y el que lo niegue que se pregunte porque en la Comunidad de Madrid han muerto quienes no tenían seguro privado. Por qué se ha sacado el ejército a la calle pero no ha entrado ni en hospitales privados con camas vacías, ni en grandes centros de trabajo donde se incumplían las medidas de higiene.

La realidad, el cruel e impersonal sistema capitalista mejor dicho, vuelve a golpear a las clases populares en nuestro país. Pero cabe preguntarse si lo que vamos a vivir va a ser una nueva normalidad. ¿No conocemos ya las colas del hambre y el paro? ¿Los cierres y deslocalizaciones de fábricas? ¿El trabajo temporal y parcial como nuestra cotidianidad laboral? La nueva normalidad va a ser tan cruda y dura como lo era la vieja normalidad. Que nos pregunten a los jóvenes por la calidad de nuestro trabajo, por lo que pagamos de alquiler (recuerdo que en 2019 la media era el 94% de nuestro salario), por el injusto sistema educativo en los que algunos tenemos que trabajar para pagar las abusivas tasas universitarias y los necesarios másteres (gracias a las continuas reformas universitarias), o por el fracaso escolar. O que le pregunten a las 99 mujeres asesinadas por la violencia machista en 2019 por sus deseos de volver a la vieja normalidad. O que le pregunten a los amigos y familiares de los jóvenes ludópatas las ganas que tienen de que vuelva la normalidad para que abran sus puertas las casas de apuestas. Y esto solo por hablar de los problemas inmediatos y concretos de la juventud española; que vienen como consecuencia de los problemas estructurales.

Lo que debemos de hacer es impugnar la realidad, la vieja y la nueva que mirándolo bien no se van a diferenciar tanto. Denunciar y generar alternativas a un modelo económico basado en el turismo, de poco valor añadido y que depende del exterior, y recuperar lo que en esta crisis se ha demostrado necesario: la industria y nuestra soberanía sobre ella, porque si no llega una compañía extranjera y la cierra y no podemos hacer nada. Acabar con la Monarquía impune alejada completamente del control democrático y que es la clave de bóveda de una estructura del estado con graves y profundas herencias fascistas, así se explica la denuncia por el 8M en Madrid, o la estrategia de guerra legal de VOX. Plantearnos qué hacer con la Unión Europea, ¿o vamos a asumir como en la crisis de hace 10 años sus imposiciones cuando nos lleguen sus ayudas? Porque es de primer curso de vida saber que nadie da dinero a cambio de nada, y que el paradigma dominante en el seno de la UE sigue siendo el capitalista; resumiendo, cargar sobre la espalda de los asalariados la recuperación de la ganancia de las empresas. Solo comentamos estos tres porque son las cuestiones estratégicas de urgencia, que están marcando el debate político y el rumbo de nuestras vidas y nuestra sociedad.

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