Fernando Macarro nació el 20 de enero de 1920 en el municipio de Alconada, provincia de Salamanca. Hijo de Marcos y de Ana, nombres con los que construiría el pseudónimo que le consagraría. Se crió en una humilde familia jornalera de la que era el menor de los hermanos y pronto tuvo que emigrar de su Salamanca natal para trabajar.

Ese mismo año, al calor de la revolución bolchevique, la Federación de las Juventudes Socialistas se unía a la III Internacional promovida por Lenin, rompiendo con la línea reformista del PSOE e iniciando así un proceso que culminaría con la fundación la de la Juventud Comunista en abril de 1921, un año antes lo había hecho el Partido Comunista de España.

Ambos, Marcos Ana y la Juventud Comunista estuvieron vinculados más allá del calendario, Macarro adquirió en su juventud el compromiso político que marcaría su vida y su obra. Como narra en sus memorias, se afilió a las JSU con 16 años tras asistir a un mitin en Alcalá de Henares. En julio de 1936, tras el golpe de Estado fascista, acudió a la sierra madrileña para frenar el avance de Mola enrolado en las milicias populares promovidas por las JSU y el PCE. Con la militarización de las milicias y la creación del Ejército Popular de la República fue obligado a abandonar el frente por ser menor de edad.

Cumplidos los 18, reingresó en el ejército y desempeñó distintas responsabilidades militares y políticas hasta el fin de la contienda, cuando fue apresado y falsamente acusado de asesinato. Comenzaba entonces su periplo como preso político que más años sufrió la cárcel franquista: Burgos, Ocaña, Segovia o Carabanchel…

Fue entonces, cuando comenzó su producción poética, fiel reflejo de sus dramáticos 23 años de cautiverio y herramienta con la que consiguió darle un sentido a todo ello a través de la acción y la palabra, que se explican y reflejan la una en la otra. Porque comprender la figura de Marcos Ana, más aún en el centenario de su nacimiento, requiere abordar la dimensión política y artística de su vida.

Cada uno de los poemas del verdadero poeta es el destilado de su conciencia y de su modo de vivir. De su verdad. Cada poema, una prueba de su lucidez y un examen de coherencia con su pensamiento. De esta forma, un poeta de verdad es quien defiende su escritura de la única forma que sabe, desde sus experiencias, desde todo lo que ha influido en él y desde la voluntad por encontrar el propio estilo. Y Marcos Ana lo es. Y como poeta, sabe que debe aunar verdad y belleza en sus poemas.

El compromiso juvenil que le empujó a organizarse para forjar el porvenir, tiene también reflejo en sus versos. Como decíamos antes, su vida conjuga militancia y poesía; algo que vemos en “Carta urgente a la juventud del mundo”

El compromiso juvenil que le empujó a organizarse para forjar el porvenir, tiene también reflejo en sus versos. Como decíamos antes, su vida conjuga militancia y poesía; algo que vemos en “Carta urgente a la juventud del mundo”. Un romance que, aprovechando el centenario de Marcos Ana, la juventud revolucionaria debe poner en valor por su belleza y vigencia. Ejemplo de ética y estética inseparables.

Todo su compromiso militante, su fe en el género humano para combatir la opresión y buscar una realidad más justa y libre, su amistad verdadera y su lealtad hacia los suyos se nos rebela en esta Carta, donde se combina ideología y sentimiento de forma atemporal, por la hermosura y verdad con que se nos habla.

Esta “carta” es un medido alegato, llamada y aviso a la juventud para que se pongan en pie y luche por una sociedad mejor. Marcos Ana advierte y al mismo tiempo apela prevenido de su experiencia para evitar que otros sufran sus horrores. Esta “carta” es una exaltación de la imparable fuerza de la juventud, reflejada a través de contundentes metáforas donde el poderío de la naturaleza es capaz de derribar los muros de las tiranías o las cárceles de la opresión. Sin embargo, no lo hace apelando a la obediencia inconsciente, sino precisamente a la conciencia que impulsa la acción.

Marcos Ana combate la brutalidad de las cárceles, los abusos y torturas usando la palabra como un arma para aplastar el silencio:  no dejéis “mi muerte” quieta. La palabra es, por tanto, motor para impulsar la acción, para actuar y hacer que los demás actúen. Versos como toma de conciencia, arte como motor de cambio, poesía como trinchera.

Marcos Ana maneja con habilidad el ritmo rápido y sonoro del romance y lo sabe quebrar aquí o allá con versos recortados y romper su runrún uniforme con encabalgamientos que le dan vuelo. La contundencia de su poesía encuentra símil en Miguel Hernández quien también nos apeló en su Llamo a la juventud de Viento del pueblo. Ambos comparten, además de Partido, una concepción de la poesía con carácter transformador; en ambos poemas vemos un alegato contra la opresión, una advertencia para mantenerse en la lucha y un apasionado elogio de la juventud.

Esta Carta urgente oculta bajo imágenes líricas y muy expresivas, reiterativas preguntas y paradójicos y sufridos estados de ánimo. Resuenan en sus versos la enseñanza del poeta militante como una corriente subterránea (sin ser vista, pero que da vida a cuanto sobre ella pasa): vivir es estar alerta, soportar el dolor, transformar la resignación en esperanza y alimentar desencanto y fracasos con la energía de lo nuevo, de la juventud que vuelve a brotar.

Un siglo después, la voz tenue pero firme de Marcos Ana sigue resonando imparable para esos miles de jóvenes, que en el centenario de su nacimiento y de la Juventud Comunista, siguen viendo necesario hacer la prueba.

El arte, la poesía es una de las vías por las que la especie humana toma conciencia de sí misma, aprende a convivir con sus miedos y dolores, sus alegrías y sus deseos.  Marcos Ana, en su pesadilla carcelaria, mientras moría a vida llena, mientras soñaban sus alas rotas un cielo sin rejas, encontró un remedio a su tristeza y dolor, pero también un hermoso motivo para compartir su alegría.

 


Carta urgente a la juventud del mundo

Si la juventud quisiera
mi pena se acabaría,
y mis cadenas.

(Decid ¡basta!
Haced la prueba.)

Vuestros brazos son un bosque
que llena toda la tierra;
si enarboláis vuestras manos
el cielo cubrís con ellas.
¿Qué tiranos, qué cerrojos,
qué murallones, qué puertas
no vencieran vuestras voces
en un alud de protesta?

(Todos los tiranos tienen
sus pedestales de arena,
de sangre rota, y de barro
babilónico sus piernas.)

Pronunciad una palabra,
decid una sola letra,
moved tan solo los labios
a la vez y la marea
juvenil atronaría
como un mar cuando se encrespa.

Pero, ¿quién soy yo, qué barco
de dolor, qué espuma vieja,
qué aire sin luz en el viento
acerco a vuestras riberas?

Como campanario de oro
vuestros corazones sueñan.
La juventud es la hora
del amor, su primavera.
¿Por qué mover vuestras ramas
alegres con mi tristeza?
¿No es mejor que yo me coma
mi pan solo en las tinieblas;
que mis pies cuenten las losas
veinte años más, mientras sueñan
mis alas entre las nubes
de un cielo roto en mis rejas?

Pero la vida -mi vida-
me está clamando en las venas;
abrasa loca las palmas
de mis manos; lanzaderas
clava y desclava en mi frente
y el pensamiento me quema.

Ved nuestros tonos. Ya somos
como terribles cortezas;
claustrales rostros, salobres
ojos que buscan a tientas
-sedientos de luz y sol-
una grieta entre las piedras.

No sabéis lo que es vivir
muriéndose a vida llena;
grises, sobre grises patios,
sin más luz que una bandera
de amor…

Ni lo sepáis nunca…
Más si queréis que esta lepra
jamás os alcance el pecho,
no dejéis «mi muerte» quieta.
No dejadme, no dejadnos
con nuestras sienes abiertas
y en un cerrojo sangrante
crucificada la lengua.

Levad vuestros pechos. ¡Pronto!
( Es bueno que esta gangrena
os revuelva las entrañas.)
¡Echad abajo mi celda!
Abrid mi ataúd; que el mundo
en pie de asombro nos vea
indomables, pero heridos,
sepultos bajo la tierra.
¡Que no queden en silencio
mis cadenas!

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