Si me paro a pensar en cuál fue el momento en el que descubrí de forma más evidente los privilegios de pertenecer al género masculino, siempre me viene a la mente la primera vez que volví a casa con mi hermana después de una noche de fiesta. Suelo decirle al taxista que pare a unos 100 metros de mi portal. Así puede dar mejor la vuelta. De ahí a mi casa hay solo unos cuantos pasos y solo hay que girar una esquina. Esa vez mi hermana me dijo algo así como: “yo les mando girar hasta el portal, por si acaso”.

En Nuevos hombres buenos. La masculinidad en la era del feminismo (Ediciones Península, 2017), Ritxar Bacete expone de una manera accesible qué se esconde detrás de ese “por si acaso”: una vida llena de constantes agresiones machistas que, en mayor o menor medida, condicionan la conducta de todas las mujeres. Los treinta segundos que un hombre cede para la comodidad de un taxista son para una mujer un riesgo que no merece la pena asumir.

Bacete pone un ejemplo muy elocuente sobre el modo en que los hombres percibimos esos privilegios: los compara con el perfume (hace poco leía, no recuerdo a qué mujer, sobre el hecho de que haya olores “de hombre” y “de mujer” como una de las muestras más patentes de cómo el patriarcado configura la realidad). El autor señala que por mucho perfume que nos echemos, a los cinco minutos nuestro cuerpo se habitúa al olor y deja de percibirlo. Sin embargo, si nos cruzamos con alguien, puede “sorprendernos” riéndose de nosotros por el olorazo que desprendemos. Los privilegios masculinos funcionan igual. Los aprendemos desde que de niños en el hospital “materno” deciden que no hace falta perforarnos las orejas, como a las mujeres; desde que se nos permite jugar en la pista de fútbol que ocupa tres cuartos del patio del parvulario. Es normal que, si decidimos hacer oídos sordos, seamos capaces de olvidarnos de cómo el género estructura la vida social.

Otra de las claves que ofrece el libro a este respecto es señalar cómo los hombres debemos reiterar lo evidente: pensamos sobre nuestra actitud machista porque antes millones de mujeres nos señalaron nuestros errores. Un ejemplo puede ser John Stuart Mill, a quien cita Bacete. El filósofo inglés, considerado uno de los primeros hombres reconocidos defensores de la igualdad de la mujer, llegó a romper los moldes de su tiempo gracias a Harriet Taylor, una importante filósofa del siglo XIX con la que Mill terminaría formando una pareja.

Bacete insiste en esta idea: “la libertad de las mujeres nos transforma a los hombres” porque “sentimos la tensión de su transformación, nos sentimos interpelados, llamados, señalados, cuestionados, removidos”. Por eso también, insiste el autor, enfrentarse a mujeres libres se convierte en un temor para los hombres, que en ocasiones intentamos demonizarlas.

Un debate interesante que plantea el libro es el de cómo deben ser esos “hombres nuevos”. Hablando sobre paternidad, Bacete se pregunta si una masculinidad igualitaria pasa por la feminización de los hombres. En un sentido similar, podríamos cuestionarnos sobre las “modernas” relaciones de pareja. ¿Es la relación poliamorosa la solución a la “pareja cerrada? Seguramente, si no existe un cambio en la concepción de la masculinidad, no habrá “poliamor” capaz de liberar a las mujeres, sino que más bien se generará un nuevo modelo de relación en el que la masculinidad que no se ha cuestionado a sí misma aproveche los desequilibrios que puedan existir. Ana de Miguel, en Neoliberalismo sexual plantea algo similar con la llamada “liberación sexual”, al caracterizarla como “revolución sexual patriarcal”. Parece claro que no habrá nuevas relaciones que por sí mismas vayan a terminar de un plumazo con la desigualdad patriarcal. No se trata de usar nuevos esquemas de relación con las subjetividades antiguas, sino de comenzar a destruir las viejas subjetividades para, al menos, ir creando nuevas “masculinidades híbridas” capaces de asumir relaciones equitativas, sean más o menos cerradas, más o menos estables, etc. El “ser humano nuevo” será un ser andrógino, no un “nuevo hombre”. Por el camino, sin embargo, tendremos que ir generando esa masculinidad “híbrida” en la que las actitudes machistas vayan dejando lugar a la responsabilidad en los cuidados y las tareas domésticas, por ejemplo.

Bacete insiste en esta idea: “la libertad de las mujeres nos transforma a los hombres” porque “sentimos la tensión de su transformación, nos sentimos interpelados, llamados, señalados, cuestionados, removidos”.

Quizá una de las cuestiones más interesantes que plantea el libro es la de la “homosociabilidad masculina”, tomada de la teórica Eve Sedgwick. ¿Por qué los hombres estamos más cómodos relacionándonos con otros hombres? Y lo que es más paradójico, ¿por qué generalmente, pese a dicha comodidad, cuando se trata de construir una vida “familiar”, la vida en pareja heterosexual es la norma? La familia patriarcal no deja de ser una inversión curiosa de las relaciones homosociales que son la norma de la sociedad, pese a que sea la clave de bóveda del sistema de opresión de género.

Bacete extrae una idea esencial de esta constatación: si construimos y reforzamos nuestra masculinidad en la interacción cerrada entre hombres (¿qué sentido tiene el “mira esa cachonda” si no es demostrar masculinidad a nuestro grupo?), ¿no es lógico pensar que los hombres concienciados tenemos como tarea esencial romper el “pacto entre iguales” del que habla Celia Amorós? Nuevos hombres buenos responde del siguiente modo: no somos culpables de la creación del sistema patriarcal, pero sí tenemos cierta responsabilidad en su transformación, eligiendo no reír el chiste machista, no aplaudir el piropo, no alimentar los comentarios sexistas sobre las mujeres que nos rodean. En ese sentido, “en muchas ocasiones, a pesar de tener y reivindicar valores igualitarios, acabamos actuando de una forma más sexista de lo deseado para que el público que nos observa no nos castigue y, a poder ser, nos siga premiando”. Flaco favor hacemos a la causa del feminismo y la igualdad si nos callamos en aquellos círculos en los que el machismo se reproduce de forma más segura y evidente.

Esta idea de la homosociabilidad masculina sirve para repensar la pregunta fundamental de los hombres que nos decidimos a intentar superar la masculinidad y apoyar la lucha de las mujeres. No cabe duda, por mucho que la masculinidad constriña las posibilidades del ser humano en los hombres, de que el sujeto oprimido por el patriarcado es la mujer. Lo contrario sería como afirmar que el capitalismo también oprime al burgués porque se le somete a la presión de aumentar las ganancias para sobrevivir.

Quizá no seamos imprescindibles, y lo que es obvio es que no somos el sujeto esencial encargado de derrumbar el patriarcado, pero podemos ayudar. Si la masculinidad se reproduce en círculos masculinos “seguros” en que estamos protegidos de esas “mujeres fuertes” que nos hacen dudar sobre nuestra propia actitud, si el “pacto entre iguales” es esencial para sostener el patriarcado, los hombres decididos a apoyar esta lucha tenemos nuestro papel bien delimitado. No es reclamando nuestro lugar en los espacios no mixtos “porque nosotros también somos feministas”, ni en la pancarta del 8M, ni iniciando consignas en las manis por el último asesinato machista. Nuestra tarea fundamental pasa por repensar nuestra masculinidad y trabajar por deslegitimar los “permisos” sociales que refuerzan el patriarcado en los grupos masculinos.

No podemos cargar sobre los hombros de las mujeres el señalamiento permanente de las actitudes machistas. Nuestro deber es renunciar a la comodidad que genera la complicidad y trabajar por que los espacios masculinos no se conviertan en fortalezas de reproducción del machismo.

Por poner un pero a la propuesta de Ritxar Bacete, creo que quizá la idea de proyectar una sociedad sin géneros en la que la violencia deja paso incondicionalmente al pacifismo no es realista, e incluso escapa de la propuesta de hibridación y androginia que se defiende a veces. Por un lado, presumir que las personas somos pacíficas y cooperativas es confiar demasiado en una especie de “esencia” perdida. Como afirma en algún momento Bacete, la esencia de hombres y mujeres es la de ser “seres en potencia”. No creo que la biología esté de nuestro lado para la construcción de un mundo sin patriarcado, ni tampoco en nuestra contra. Es nuestra actividad social la que decanta las potencias indeterminadas de las personas. Por otro, el principal problema es que seguramente la violencia y muchos otros roles de género masculinos deberán ser asumidos por ese futuro andrógino, lo que se deberá exigir es la capacidad necesaria de saber cuándo debe predominar el pacifismo y cuándo la violencia, cuándo la vehemencia y cuando la suavidad, etc.

De todos modos, este es un problema todavía muy lejano. Lo que resulta evidente es que en la lucha actual contra el patriarcado, a los hombres no nos corresponde el papel violento, sino el de cuidados. En esa “masculinidad híbrida” a construir también tienen que ser la responsabilidad hacia terceras personas, los cuidados, las soluciones pacíficas, etc., los que sean asumidos por los hombres.

Nuevos hombres buenos es un libro perfecto para aquellos hombres que, parafraseando a Olympe de Gouges, tal como la cita Bacete, son capaces de ser justos, y se preocupan por revisarse como hombres para responder con justicia a las exigencias de las mujeres. Además, no solamente se trata de renunciar a nuestros privilegios. El libro destaca que es nuestra responsabilidad en el apoyo a la lucha feminista servir de caballo de Troya en nuestros grupos masculinos y masculinizados, para poder destruir allí el “pacto de silencio” y las dinámicas que refuerzan el consentimiento a las actitudes machistas. En definitiva, Nuevos hombres buenos podría convertirse en un primer paso útil para muchos hombres todavía viejos.

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