No es casual ni contradictorio, la hipersexualidad patriarcal siempre ha combinado a la perfección con la desinformación y el silencio, pues basa gran parte de su atractivo –y por lo tanto su valor como producto de consumo- en el secretismo y la falsa sensación de transgresión. Algo que da lugar a situaciones como que EEUU sea el mayor consumidor de pornografía del mundo, a la vez que en las películas y series que produce para el gran público el sexo siempre esté rodeado de un hipócrita pudor.

En el lado contrario, quienes estamos en contra de los estereotipos de género, la sobrecarga de sexualidad en los cuerpos de las mujeres y la mercantilización de los cuerpos, defendemos al mismo tiempo una sexualidad sana, libre, gozosa, deseada y en condiciones de igualdad.

Por ello celebramos que al fin –y de manos inglesas- se haya colado en Netflix una serie adolescente dedicada a la educación sexual y los principales problemas a los que los y las jóvenes –y no tan jóvenes- nos enfrentamos cuando hablamos de sexualidad.

Probablemente no es una serie perfecta, pero tiene varios puntos interesantes que hacen que su visionado sea digno de interés. Para empezar, desmitifica el deseo masculino como poderoso e inagotable, y habla de la sexualidad masculina desde la fragilidad, la inexperiencia, la incapacidad, la frustración y las dudas. A la ruptura de esta creencia se le une la de tabús como el de la fealdad de la vulva o la masturbación femenina, y nos recuerda a las mujeres la importancia de recuperar y conocer nuestro deseo.

Aborda la preocupación por la pérdida de la virginidad, tan común en la adolescencia, mostrando lo ridícula que puede llegar a ser en ocasiones de una forma tan absurda que logra retratar a la perfección lo irracional de esta obsesión.

La serie muestra lo condicionados que estamos por el contexto social en el que nos toca nacer, como la clase social no está relacionada, en lo más mínimo, con la inteligencia, y cómo haber nacido pobre no te incapacita automáticamente para leer a Virginia Woolf.

Aplaude la valentía de expresar lo que uno es, de no avergonzarse de la orientación sexual o la expresión de género. Pese a la dureza de la sociedad, la incomprensión y la violencia, la serie muestra personajes que se alejan de la heteronorma y expresan quiénes son. Además, sus personajes homosexuales lejos de ser estereotipos únicos –como en  muchas de las series que vemos- muestran realidades diferentes entre sí, como ocurre en la vida real. La serie muestra lo condicionados que estamos por el contexto social en el que nos toca nacer, como la clase social no está relacionada, en lo más mínimo, con la inteligencia, y cómo haber nacido pobre no te incapacita automáticamente para leer a Virginia Woolf.

Otro de los grandes valores de la serie es que ejemplifica la sororidad de forma magistral. En muchas ocasiones nos ha costado entender – y sobre todo poner en práctica- la solidaridad entre mujeres, pero Sex Education lo explica a la perfección a través de sus personajes femeninos: pueden no ser amigas, pueden incluso odiarse, pero ante una agresión machista se defienden unidas.

Por otro lado, hay una trama típica en las series de adolescentes en la que una de sus protagonistas se queda embarazada sin desearlo. Lo hemos visto muchas veces: sexo que lleva a embarazo, embarazo que lleva a drama, decisión de abortar, dudas y –en último minuto- cambio de decisión, parto, bebés, amor y felicidad. Sex Education incorpora una trama de embarazo adolescente no deseado, pero lo hace de forma diferente: nos trae al fin un aborto, con calma, con responsabilidad pero sin victimismo, con preocupación pero sin culpa, con dignidad.

En definitiva Sex Education nos acerca a la realidad de la sexualidad adolescente, nos recuerda la importancia de romper mitos, comunicarnos y apoyarnos y, ya de paso, nos hace reír mientras plantea que otras relaciones sexuales son tan posibles como deseables.

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