Probablemente en nuestra vida diaria todas hayamos pasado por situaciones en las que se nos ha intentado inculcar la importancia de tener un nivel cultural alto. El compromiso social no es un espacio ajeno a ello, pues a menudo conceptos como cultura o nivel de formación resultan recurrentes en las discusiones políticas; siendo necesario aclarar qué acostumbramos a entender por cultura y desde qué perspectivas afrontamos la labor formativa y pedagógica que supone la tarea de transformar la sociedad.

En su obra «El mito de la cultura» el filósofo materialista español Gustavo Bueno reflexionaba sobre el papel que había jugado y continuaba jugando la idea de la cultura en la sociedad. Según el autor ovetense, la cultura vendría a jugar un papel similar al que jugó la Gracia Divina durante la Edad media. Del mismo modo que en la antigüedad se tendía a pensar que la similitud a Dios es lo que diferenciaba a los hombres de los animales y lo que los elevaba como seres (por eso a más santidad, a más gracia divina, te convertías en un alguien más admirable), hoy la cultura vendría a jugar ese papel, y ser más culto equivaldría a ser alguien más valioso. Esta visión equipararía la falta de cultura a la pobreza y fruto de ello, se originarían conductas como el paternalismo o el desprecio hacia los que no dominan nuestros campos culturales. Actitudes que quién esté leyendo estas líneas podrá identificar fácilmente en su día a día.

Pero ¿Qué cosas son consideradas cultura y cuáles no? ¿Por qué tendemos a considerar que una discusión sobre la influencia de la filosofía de Nietzsche en la música de Wagner o sobre el papel del monólogo interior en el capítulo 15 del Ulises de Joyce son cultura y sin embargo un debate sobre cómo cultivar tomates puede ser considerado zafio o vulgar?

Esta idea, fuertemente asentada en la sociedad, tiene una relación directa con lo que explicábamos en párrafos anteriores, pues el carácter clasista de la sociedad habría asignado a la cultura un valor no solamente económico, sino también de estatus, algo que pone por encima a unas personas de otras. Por eso, aquellos conocimientos que resultan más difícilmente accesibles a las clases populares son aquellos que son considerados cultura; consideración fuertemente marcada por el papel dirigente que ejercen la pequeña burguesía en esta materia.

Por eso, aquellos conocimientos que resultan más difícilmente accesibles a las clases populares son aquellos que son considerados cultura

Una definición acertada de cultura sería la que la considera como todos aquellos conocimientos y destrezas que empleamos las personas para desarrollarnos en nuestro entorno. Por eso, habría que partir de la idea de que sería erróneo hablar de cultura, sino más bien de campos culturales. Según esta idea un catedrático de universidad no sería más culto que un agricultor que no ha ido a la universidad. Solo bastaría dejar al profesor una semana en el campo para comprobar quién se desenvuelve mejor allí. Simplemente son personas que, debido a sus diferentes experiencias vitales, han desarrollado ámbitos culturales distintos.

Pero, por otro lado, la crítica a esta visión acumulativa y mercantilizada de la cultura puede en ocasiones derivar hacía un relativismo cultural que tiende incluso a hablar despectivamente del conocimiento, sobre todo en su vertiente más académica. Muchas veces en el ámbito del compromiso político se observa también la vertiente contraria del mismo problema y pueden llegar a tenerse ciertos debates por pedantes o «intelectualoides» o incluso considerar la cultura como algo snob o propio de los sectores sociales altos.

Estas posturas, aunque a primera vista puedan parecer tener un discurso obrerista, no son más que una prueba del relativismo inherente a la desorientación política generalizada que ha supuesto la pérdida del socialismo como horizonte de sociedad.

Pues con lo que a simple vista puede parecer un discurso igualitarista, lo único que se consigue es caer en un relativismo cultural que, equiparando la ignorancia al conocimiento o lo científico a lo suposicional, solo provoca una degradación de la capacidad de desarrollo humana; siendo la expresión más extrema de esta desviación las posturas, carentes de análisis científicos que son asumidas al final por algunos individuos. Un ejemplo claro y reciente es la consideración de que la leche sin tratar tiene efectos más positivos que la tratada.

Analizar el problema desde una perspectiva emancipadora sería proponer un modelo de adquisición del conocimiento que permita a todo el mundo desarrollarse en el mayor ambages de campos posibles. Volviendo a la alusión a situaciones personales que hemos realizado en este texto, nos encontraríamos con que, con la intención de hacer discursos menos elaborados para que sean más asumibles, se termina cercenando la capacidad analítica y de elaboración política del colectivo.

En conclusión, podemos afirmar que si, tal y como expuso Karl Marx en su obra «Critica al Programa de Gotha » el proyecto del socialismo se puede resumir en «De cada cual según su capacidad y a cada cual según sus necesidades «y en consecuencia, un proyecto cultural transformador solo puede ser aquel que aspire a poner la cultura y el conocimiento al servicio del bienestar del pueblo y de su propio desarrollo. No uno que lo reduzca, ni que lo convierta en un parámetro de competición.

 

Nacho Serrano, militante de la Juventud Comunista.

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